Filme en torno a los momentos más cruciales y violentos de la batalla de Stalingrado, durante la II Guerra Mundial.
En el camino que va de la sala de grabación a la de edición pueden suceder muchas cosas, como por ejemplo -y es este el caso- que una soberbia música se convierta en pésima música de cine. De nada sirve el enorme esfuerzo de crear una partitura con sentido si después se destroza con malas decisiones que hacen que todo aquello para lo que ha sido escrita no sea útil a la película.
El compositor es autor de una intensa, contundente y muy elaborada música en la que navega con comodidad en los ámbitos de lo épico, lo lírico y lo dramático, siendo equilibrado en las tres e igualmente solvente: lo épico se sustenta en poderosa música, contundente y enfática, que engrandece escenarios y le da al contexto argumental un tono casi operístico; lo lírico se aplica para expresar el anhelo de liberación, es música elegíaca que obviamente se posiciona al lado de los combatientes rusos en lucha contra los nazis; finalmente, lo dramático habla del dolor, de la pérdida y el sufrimiento y se sustancia en música trágica, nada melodramática sino austera y muy respetuosa. Todo ello, con una estructura temática sólida, bien encauzada y desarrollada, en la que el compositor sabe dónde sacrificar para beneficiar aquellos momentos donde se necesita que la música -apabullante, pletórica- sea más expresiva, sin que en ningún instante se produzca sobresaturación.
Pero esto, lamentablemente, solo se puede apreciar en el CD. Por decisiones que con seguridad no corresponden al compositor (sería del todo absurdo, dada la experiencia del compositor) la película es un completo despropósito y la banda sonora un desastre. En primer lugar, por su lastrante ominpresencia, lo que produce una sobresaturación del todo contraproducente donde allá donde es necesaria, ni siquiera va a ser escuchada, y además se trata musicalmente a cada una de las secuencias como si fuera la más importante, cuando obviamente no puede ser así; en segundo lugar, porque el tratamiento sonoro que se le otorga es plano y uniforme. Da igual que haya silencio, haya combate o haya diálogos, la música no cambia su nivel de percepción y es particularmente intrusiva, perdiendo cualquier sutileza y resultando muy impostada. El pésimo montaje musical y el desastre sonoro absolutamente irrespetuoso para con la película y con el espectador hacen pensar que bien la incompetencia del director o el miedo de los productores ha hecho que crean que pueden salvar una película que, por otra parte, es muy deficiente. Pero lo que se ha conseguido es hundirla aún más en el fango. Es un ejemplo claro de cómo una gran música puede ser una horrorosa música cinematográfica y dado que la valoración determinante sobre una banda sonora no debe ser su cualidad musical sino su utilidad, no hay otra opción que considerarla una de las peores bandas sonoras -si no la peor- del autor, aunque él no haya sido responsable.