Secuela de Thor (11), en la que una antigua raza regresa para volver a sumir al Universo en la oscuridad. El héroe deberá embarcarse en un viaje peligroso para salvar el mundo.
Si se compara esta banda sonora con la que escribió Patrick Doyle para Thor (11) no se apreciarán demasiadas diferencias -a rasgos generales- en el estilo, la sonoridad y el tono. Y eso es porque no se buscan aportaciones personales sino el cumplimiento estricto de un mandato comercial e industrial, que no es otro que el de seguir explotando el modo zimmeriano que tan buenos resultados da y que, ciertamente, tan bien funciona en las películas. Se sacrifica cualquier sutileza en beneficio de lo que resulte llamativo, y esta es una música muy básica y simple, obviamente bien hecha, pero que pretende hacer de sus excesos sus principales virtudes. No hay vinculación melódica alguna con la anterior y, por tanto, hay de momento comparativamente dos Thor: el definido en el tema principal de Doyle -algo más refinado- y el que ahora expone Tyler, más enfático y ciertamente mucho mejor empleado a lo largo de la partitura. Como música industrial, que lo es, la labor de Tyler es impecable: está sólidamente estructurada, sabe navegar cómodamente entre lo épico, lo dramático y lo lírico (con bello empleo de voz y muy poderosos coros) y tiene algunos temas (no solo el principal) cuyas pretensiones quedan bien definidas. Es una banda sonora que gustará porque está hecha para gustar. Otra cosa bien diferente es que aporte algo nuevo y que tenga personalidad propia, porque no aporta nada nuevo y suena a más de lo de siempre. Pero hay que reconocer que en esta categoría de músicas industriales, hechas en cadena y por abejas que hacen la misma miel, esta es de las más notables. Pero una cosa es tener oficio y otra bien diferente es el arte.