Atribuir al compositor la responsabilidad por una banda sonora mal hecha es en principio cargarle de una culpa que con probabilidad no es suya. Escribí esta frase hace ya cuatro años, en el artículo del Ágora ¿A quién culpar?, y es una afirmación que mantiene absoluta vigencia ahora, como en realidad tiene validez desde los mismos comienzos del cine. El compositor es solo parte de un engranaje, de un equipo, en el que las decisiones finales son tomadas por los directores o, en no pocos casos, por entidades superiores: productores, ejecutivos, distribuidores, televisiones... pero, como sostuve en aquél artículo, no siempre vamos a poder saber cuándo el compositor fue causante directo de una banda sonora mal hecha o cuándo no ha podido evitar que otros se la estrellaran.
Es plausible sostener que la responsabilidad de una banda sonora mala deba recaer sobre el director, incluso aunque no haya sido su culpa, pues pueden haber interferido la pléyade de productores deseosos de marcar con orines su territorio imponiendo cosas solo por el placer de imponer, tal y como se explica pormenorizadamente en el estupendo libro de Stephan Eicke The Struggle Behind the Soundtrack que ya tengo ganas de comentar a fondo. Pero esa responsabilidad debe recaer en quien firma el conjunto de la película, ciertamente, y este es el director. Liberaremos así al sufrido compositor obligado a asistir al espectáculo de cómo otros estropean su creación. Pero por esa regla de tres, cuando hay méritos que ser celebrados estos deberían ser asignados al director y no al compositor obligado. Sería también lo razonable.
Yo he visto de todo: compositores que me han explicado todas las piedras que tuvieron en el camino (piedras que por lo general los directores ponen para ir en contra de sus propias películas) pero también los he visto contentísimos y orgullosísimos de una creación que luego se demuestra un desastre. En cualquier caso, en el momento que firma su obra el compositor asume lo positivo pero también lo negativo que se diga sobre ella, incluso aunque no haya podido tener control o se hayan hecho cosas en contra de su criterio.
Otra historia es que se tenga claramente constancia, y especialmente constancia pública, que el director es el asesino de la banda sonora, como sucedió por ejemplo en Alien (79) o en The Elephant Man (80) En estos casos es evidente que los compositores son víctimas y no causantes, pero es algo que casi nunca se puede saber con certeza. Lo razonable, y es lo que yo sostengo, es que cualquier crítica que se haga a la música también competa, incumba y sobre todo incluya al director, aunque no se le mencione. Por tanto, su referencia está implícita incluso si ni siquiera se cita su nombre... pero quien firma la música es el compositor, que no es un menor de edad, y por tanto asume el resultado en lo bueno y en lo malo, y lo lógico es que a él/ella sí se les cite.
De un tiempo a esta parte estamos haciendo revisiones de obras consideradas maestras, y son revisiones a la baja, aunque el listón en el que las recolocamos siga siendo de primera categoría. Lo hicimos con North By Northwest (59) en el primer artículo de la serie que titulamos Bandas sonoras devaluadas, y este mismo domingo, en el Café MundoBSO, presentaré en avance mi revisión a la baja de The Lion in Winter (68), que publicaré en web la próxima semana. Y en poco tiempo incluiremos también en esta lista a Masada (81), y vendrán más. No son ni serán nunca sentencias inapelables sino puntos de vista, opiniones hechas desde el amor y la pasión por la música de cine con vocación de abrir debate. Pero siempre poniendo al compositor como el máximo responsable de lo que ha firmado.