Sigue siendo un misterio cómo es posible que el cine siga siendo el talón de Aquiles de Bear McCreary, su punto más débil a nivel profesional pero también creativo. Tiene una trayectoria en el mundo de los videojuegos envidiable, con obras admirables; tiene una carrera en la televisión prodigiosa, con bandas sonoras soberbias. Pero el cine se le resiste: su filmografía es mediocre y la inmensa mayoría de las partituras creadas para el medio son olvidables. Hoy se estrena Drop (25), un thriller más que correcto con una música suya que es poco relevante y que no dejará huella. No tiene que ver con la mayor o menor calidad de las películas para las que es llamado a trabajar, si bien es cierto que merecería mejores proyectos, porque en no pocos filmes mediocres del mismo género encontramos -también en la actualidad- bandas sonoras interesantísimas. El McCreary del medio cinematográfico es apático, sin inspiración, desganado, falto de ideas, del montón: con puntualísimas excepciones es sencillamente irrelevante. El compositor de la monumental The Rings of Power o de los videojuegos God of War...
Me resulta muy extraño y no tengo argumento que pueda explicarlo. Que a pesar de lo mucho demostrado no le llamen para hacer las mejores películas se puede argumentar por el modus operandi de la industria, los encasillamientos e incluso no pocos estúpidos clichés que presuponen -por poner un par de ejemplos- que un compositor de videojuegos no es válido para el cine o uno habituado a trabajar en animación no es apto para hacer drama... pero que cuando le llaman luego lo que haga sea, salvo contados casos, música que podría haber hecho cualquier compositor emergente es el gran misterio que ensombrece una labor que alcanza las cuarenta películas. Cuarenta películas en las que lo esperable debería ser que lo poco interesante a nivel musical fuera la excepción, pero en su caso resulta ser la norma. Y la de esta película es otra gran decepción. Pese a todo sigo esperando que con su firma llegue alguna sorpresa en el cine.