Durante una de las charlas ante el público en el ya extinto Festival Internacional de Música de Cine de Córdoba, uno de los compositores invitados quiso tocar el piano para apoyar sus explicaciones. Su interpretación fue desastrosa pero cosechó enormes aplausos de los asistentes, que le celebraban casi como si hubieran presenciado la ejecución de un virtuoso de tan noble instrumento. Otros de los presentes (compositores, músicos y también pianistas) estaban pensando en otro tipo de ejecución... ¡si se me permite la ironía! Pero ese compositor con total seguridad se lo pensaría dos veces antes de sentarse ante el piano en una sala de concierto, por respeto a la audiencia, a la orquesta y porque el ridículo podría ser monumental. No hay nada de malo en haberlo hecho durante una charla, aunque el vigor y énfasis de los aplausos vaya más allá de lo que es el agradecimiento a un buen gesto.
¿Cuántos de los que han asistido a cualquiera de los dos conciertos de Alexandre Desplat lo hubieran hecho en caso de que él no lo hubiera dirigido?. Hablo de los aficionados, los que aman la música de cine y la del compositor. Pues me temo que no hubieran sido pocos los que encontrarían en el precio de las entradas, los gastos de desplazamiento o cualquier otra razón la justificación perfecta para no asistir. La música iba a ser la misma, incluso quizás mejor interpretada, pero no vendrían. Porque lo que se quiere es ver a Desplat dirigiendo.
Desplat, como tantos otros, es compositor y es cineasta, y en ambos aspectos es excelente. Pero no es director de orquesta, profesión que no consiste en subirse a una plataforma y mover los brazos, y que no se aprende de un día para otro sino que requiere mucho estudio, mucho trabajo, mucho esfuerzo y mucho sacrificio, como casi todo en el fascinante mundo de la música. ¿Dirigiría Desplat un concierto de música clásica ante una audiencia de música clásica?. Por respeto a la audiencia, seguramente no lo haría.
Respeto que al final parece perderse en los conciertos de música de cine, donde todo o casi todo vale para convocar audiencias y llenar las salas: bien sea montando espectáculos algunos de los cuales son bochornosos (aquello que no sea aceptable en un concierto de Bach o Mozart no lo hagas en un concierto de música de cine, sería un lema a defender) o bien haciendo que los compositores se conviertan por la noche, cual Cenicientas, en directores. Y es que tampoco es lo mismo dirigir orquestas en grabaciones que en riguroso directo, como es más que obvio. Pero forma parte del negocio, del business, poner en cartel al compositor para que la gente acuda al concierto.
Y ante esa circunstancia de que quien dirige es un compositor pero no director, la actitud debe ser de la de total respeto a la orquesta, de saber contar con ella y esperar su ayuda. La orquesta, si es buena y profesional, acudirá en auxilio de un mal director y con buena actitud juntos pueden lograr darle a los espectadores un buen concierto. ¿Tenéis dudas?: ¡preguntadle a un profesional de la dirección o a un músico de orquesta!
El de anoche fue un buen concierto porque la actitud de Desplat cambió por completo con respecto al concierto del jueves, que comenté en la crónica de ayer. Un cambio considerable en su comunicación con la orquesta que la OBC devolvió en la forma de unas interpretaciones más emotivas, matizadas e intensas. ¿Por qué no había sucedido el jueves?: porque ese día el concierto, sencillamente, no tuvo director. Ayer Desplat no se transformó en buen director de orquesta, en absoluto, pero puso emoción, la transmitió, y la recibió. El jueves parecía malhumorado (probablemente fue a más a medida que avanzaba el concierto) y ayer se le vio feliz, y cada vez más feliz. Ya no se apreciaron confusas indicaciones, tensiones, frialdad o apatía. Ayer hubo mucha sintonía, se evidenció que la orquesta sí contactó con él y de ella salió una interpretación nada plana ni acartonada sino viva y cálida. El concierto de ayer convirtió al del jueves en una suerte de ensayo de orquesta ante público de pago.
Los problemas que comenté ayer de programación, suites y estructura se mantuvieron, obviamente. Alguna de la música de Desplat no está hecha para orquesta tan grande, y pasarla por vientos y metales la hace algo excesiva, pero no es este un problema relevante pues se trata solo de un concierto. Afortunadamente para la significación que le doy a la música de cine los conciertos se van, pero la música en la película se queda para siempre. El de anoche no fue un evento que vaya a hacer Historia, pero al menos hubo alegría entre la audiencia y Desplat, además, sí conectó con ella, a la que prácticamente había ignorado la noche del jueves. No hubo mal gesto alguno y sí simpatía, afecto, felicidad y un concierto al que se le puede llamar, con todas las letras, concierto. Merci beaucoup, monsieur Desplat!