Anoche tuvo lugar en L'Auditori de Barcelona el primero de los dos conciertos de Alexandre Desplat con su música, al frente de la OBC, una de las mejores formaciones de nuestro país. Esta mostró en términos generales una ejemplar profesionalidad ante un director, el propio Desplat, que fue bastante menos ejemplar. Hoy mismo sale a la calle la revista Fotogramas, donde se publica a página entera la entrevista (por temas de espacio, parte de la entrevista) que le hice telefónicamente hace unas semanas. Lleva por título destacado Soy músico, pero también cineasta, una frase que busqué y logré poner en su boca, algo que tiene una importante significación pues es un empeño personal de años el de sentenciar que un compositor no es de cine solo porque ponga música a las películas o acompañe como gondolero unas imágenes, sino porque sabe hacer cine con ella. Y Desplat es buen compositor y buen cineasta, un hombre con conocimiento, fundamento y sobre todo discurso. Faltaba verle como director al frente de la orquesta dando vida a su propia música.
El concierto de anoche fue aceptable, algo que tratándose de Desplat es absolutamente inaceptable. Estuvo mal estructurado y preparado, y la OBC y sus maestros intentaron salvarlo como pudieron, llegando a obviar en algunos momentos las vagas cuando no confusas indicaciones de Desplat para, mediante gestos o miradas (que es lo que sucede cuando ha de suceder) darse indicaciones y paso entre ellos. Pese a ese esfuerzo, algunas secciones estuvieron a ratos fuera de tiempo y puntualmente hubo descoordinación. Y es que no existió sintonía entre el compositor y la orquesta, pero es que tampoco la hubo entre Desplat y el público, aunque este se entregó con generosidad sin ser correspondido.
Desplat no estuvo a gusto en el escenario y tampoco pareció esforzarse por estarlo. Cuando subió a la tarima dio una patada a dos botellines de agua que le habían colocado en una zona donde no podían molestarle, y rodaron hacia los músicos, seguro que sin intención de ofenderles, pero fue un gesto poco bonito. Durante el concierto, cuando quiso hablar al público no hizo ningún esfuerzo por que se le oyera, pues su voz no llegó a más allá de la segunda fila. O un bis que no estaba siquiera preparado y que cumplimentó como mera rutina: al acabar el programa mostró a la orquesta la partitura que se iba a tocar para que la prepararan, y entonces hizo el ritual de salir del escenario, entrar nuevamente y tocar. Todo ello no al calor de los aplausos sino con absoluta frialdad, simplemente porque hay que hacerlo. Aunque lo peor fue su gesto final al pedirle al público con una señal que dejara de aplaudirle para entonces marcharse. Todo esto no debería ir más alllá de la anécdota irrelevante, puesto que la simpatía, calidez o el respeto son disposiciones personales que no tendrían por qué empañar el resultado del concierto. Pero aparentemente sí lo perjudicó. Me explicaron que en el ensayo general (fue por la mañana, pero no pude asistir) hubo algunas tensiones con la orquesta, que corrigió varias veces errores que cometía el propio Desplat. Y aparentemente esos errores, o algunos de ellos, se reiteraron en el concierto, por lo que me confirmó alguien de la orquesta.
Lo mejor del concierto, insisto, fue el comportamiento de todos los maestros de la OBC, algunos de los cuales parecieron querer transmitirle a su director empatía y calidez allá donde este hizo gala de lo contrario, aunque respondiera con cortesía a esas comunicaciones. Durante toda la primera parte del concierto Desplat estaba más ausente que presente, y en la segunda sí se hizo con las riendas de la orquesta, aunque no en todos los momentos, pero al menos logró una comunión que generó cierta electricidad (de la buena) en el ambiente. Pero tardó en llegar y no tardó mucho en marchar.
Hubo falta de fluidez en el conjunto de los temas interpretados, mala continuidad, deficiente solidez y carente evolución para lo que debería suponer la experiencia emocional de un viaje a través de los mundos musicales del compositor. Como todo lo que escribo, es una opinión personal seguramente discutible y rebatible, pero no creo que lo sea tanto cuestionar el concepto que tiene Desplat de lo que es, en el ámbito del concierto, una suite. Aquí no fue una unión armonizada de un conjunto de piezas, soldadas incluso con puentes o pasajes escritos para la ocasión, sino la mera concatenación de temas, que en momentos del concierto resultó un lastre. La primera parte, a pesar de las exquisiteces ofrecidas, no levantó vuelo: con la agradable y cálida The Twilight Saga: New Moon (09) pareció que se despegaba pero inmediatamente después la mezcolanza (que no suite) de Girl with a Pearl Earring (03) volvió a poner las ruedas en la pista de despegue. Se supone que esta extraordinaria creación, puro caviar, debería cautivar al público, llenar el Auditori de emoción, y no fue así. Y The Ghost Writer (10) debería haber atacado inmisericordemente al espectador -próximamente demostraré en un capítulo de Lecciones de Música de Cine que esta es una de las grandes obras maestras de la música perversa en el cine-, y... ¡gustó!. No es que tuviera que disgustar, pero sí incomodar, porque a continuación además venía la fiesta de The Grand Budapest Hotel (14) y lo podía compensar. Pero es que tampoco hubo fiesta con la banda sonora que le dio el Oscar... fue de todas la más apática y sosa. El concierto, durante la primera parte, no salió de pista de despegue.
La segunda parte arrancó con una enérgica interpretación de Godzilla (14), que hubiera funcionado mejor (y más festivamente) como cierre de la primera parte. También fue aceptable la no-suite de The King´s Speech (10) y el concierto por fin despegó con la pieza no cinematográfica Pélleas et Mélisande para flauta y orquesta, una delicia debussiana que demuestra la exquisitez afrancesada de este compositor. No menos exquisita fue Birth (04), la única suite ortodoxamente hablando del concierto, que elevó considerablemente el nivel. Un Desplat puro y poco conocido por el público. Finalmente, tanto las no-suites de The Curious Case of Benjamin Button (08) como de Harry Potter and the Deathly Hallows (10 y 11) hicieron descender el vuelo a casi raso, aunque sin llegar a estrellarse. Este concierto podía haber comenzado suave y acabado apoteósico con los temas elegidos si a) se hubieran ordenado adecuadamente y b) se hubieran hecho suites para concierto. Pero no fue así. Este ha sido un concierto puesto en piloto automático, a ratos soso y apagado, sin empatía, sin pasión. Ayer comenté en la primera crónica que salvo que el concierto sea fallido (algo difícilmente imaginable) va a ser el concierto del año. Me equivoqué. Cometí, por cierto, el error de asegurar que iba a ser 100% de música de cine, cuando no lo ha sido. Un despiste mío que de todos modos no es la razón por la que considero que definitivamente no es el concierto del año. Sabiendo de los puntos débiles que hubo en el de Bilbao con James Newton Howard, según me fue dicho por gente de cuyo criterio me fío, supongo que ese reconocimiento le corresponde al enorme concierto de Howard Shore en Fimucité.
Ha sido un concierto gris, con algún momento luminoso, pero apático por culpa del propio Desplat. Esta noche se celebra el segundo y espero que pueda haber cambio de actitud e implicación. Si lo hay, lo contaré en este mismo artículo. Si todo sigue igual, lo sabréis porque nada habré añadido. Desde aquí agradezco la disposición, facilidades y profesionalidad del Departament de Prensa de l'Auditori, a la OBC, y a todos aquellos que han tenido a bien leer hasta aquí esta crónica irritada pero cabal de quien cree (no es una novedad) que este tipo de conciertos acaban por ser más dañinos que beneficiosos para la música de cine.