El respeto y admiración tanto en lo personal como en lo artístico de Giuseppe Tornatore por Ennio Morricone -que fue correspondido- estaba destinado a ser demostrado más allá de las películas que hicieron juntos. En 2018 salió al mercado un libro, Ennio. Un maestro. Conversazione (HarperCollins), y aproximadamente por esa época se empezaba a gestar este documental, con otro título, que se hizo en vida y para ser estrenado en vida del maestro romano pero que ha visto la luz (¡por fin!), casi dos años después de su muerte, ocurrida el 6 de julio de 2020. Desconozco las razones de tanto retraso, pero Ennio: el Maestro (Giuseppe Tornatore, 2022) es un documental de 150 minutos con una premisa muy difícil: intentar compilar muchísimos aspectos (vitales, temporales, creativos, profesionales, conceptuales...) de un genio logrando que quepa todo, que tenga coherencia y que además resulte vendible. Y sospecho que uno de los motivos de la demora puede haber sido la lucha por encontrar en la sala de montaje (tantas veces convertida en lugar de tormento) dos equilibrios simultáneos y complementarios: uno entre el contenido y el continente y el otro entre lo sustancial y lo superficial, entendiendo el contenido como lo que se explica, el continente cómo se presenta, lo sustancial la materia de interés y lo superficial la materia de emoción, que no es algo malo pues ayuda a aligerar y sobre todo hacer el documental más comercial y accesible a un público que probablemente ni conozca la mayor parte de los directores que aparecen ni las películas que son citadas.
No quiero parecer elitista sino realista: en los últimos años de su vida Morricone, cual rock star, llenó inmensos escenarios totalizando cientos de miles de personas que acudieron a escucharle y sobre todo a verle, un mercado tentador que a ninguno de los productores (y Tornatore no figura como tal) se le puede haber escapado. Solo así se explica el desfile de estrellas que lucen mucho pero dicen bien poco: el documental está inflado de elogios hiperbólicos y alabanzas hasta con referencias religiosas, muy sinceras pero que no aportan demasiado (o incluso nada) sobre quién era Morricone ni la dimensión de sus bandas sonoras. John Williams, quizás, haya sido el peor de todos pues precisamente de él era esperable mucho más que palabras elegantes y bonitas, que se agradecen, pero el maestro nada dice sobre su lenguaje musical o su relevancia cinematográfica, ni un solo momento en las más de quinientas bandas sonoras de Morricone es citado por Williams. Hans Zimmer, al menos, hace aportaciones más prácticas e instructivas sobre la música. Son breves, pero algo es algo. A este documental le falta la presencia de más colegas y le sobran músicos que no son cineastas: Bruce Springsteen, Pat Metheny, Zucchero, James Hetfield, Laura Pausini o la maravillosa cantante portuguesa Dulce Pontes no aportan mucho más que obvias celebraciones. Y, por contra, por ejemplo, Edda Dell'Orso es entrevistada pero ella, que tantas cosas podría contar, apenas aparece. ¿Pero quién conoce a Edda Dell'Orso? Aparte de Williams y Zimmer, también intervienen Quincy Jones, Nicola Piovani, Franco Piersanti y Mychael Danna.
Y pese a lo que he expuesto el documental dedica amplio espacio a aspectos apasionantes de y sobre Morricone, de su obra y sobre su persona. Es muy meritorio, y probablemente haya sido una lucha de Tornatore en la sala de montaje, que haya habido cabida no solo para las joyas de la Corona, las películas más populares, sino también para algunas de las que la abrumadora mayoría de esos cientos de miles de asistentes a sus conciertos ni conocen de su existencia ni tampoco de su música: se dedica incluso tiempo a su banda sonora rechazada para The Bible (66), así como a películas italianas de los sesenta y setenta, e intervienen directores como Marco Bellocchio, Lina Wertmüller, Bernardo Bertolucci, Dario Argento, Liliana Cavani, Giuliano Montaldo, Roberto Faenza o los hermanos Taviani por la parte italiana, y Quentin Tarantino, Oliver Stone, Brian De Palma o Terrence Malick (en grabación de voz), en un plano internacional. Varios de ellos dan testimonios muy interesantes y divertidas anécdotas.
Desde sus mismísimos comienzos, Morricone no ocultó su resentimiento con todos aquellos colegas que durante tanto tiempo le menospreciaron, incluyendo tambien a su admirado maestro Goffredo Petrassi. Morricone sufrió humillación durante sus estudios en el Conservatorio de Santa Cecilia en Roma, rodeado de estudiantes de familias pudientes frente a los que él era el hijo del trompetista. Sus primeros trabajos como arreglista y en el cine le despertaron angustia por sentir que estaba traicionando los principios de la música absoluta, y llegó a firmar sus primeras bandas sonoras con seudónimo por pura vergüenza. No cerró esta crisis hasta muy avanzada su carrera, cuando quienes no le habían aceptado le reconocieron como compositor y le pidieron perdón, y él mismo encontró un equilibrio creativo entre las músicas de concierto y las de cine.
La primera media hora del documental se dedica a recordar sus trabajos y aportaciones como arreglista en la RCA, en los años sesenta, aportaciones novedosas y revolucionarias que cambiaron la canción italiana y le hizo responsable de los éxitos de Dino, Gianni Meccia, Mina o Gianni Morandi (canciones tan memorables como Sapore di sale, Il mondo, Se telefonando...), a la par que evolucionaba como compositor y se integraba en el famoso Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza, del que sacaría provecho en algunas películas. Es todo este bloque muy interesante, sin apenas interferencias superficiales (en el sentido antes dado) y es determinante para atisbar los rasgos característicos que moldearían la personalidad del compositor.
Conocer -reencontrarse, más bien- con Sergio Leone, su antiguo y olvidado compañero de clase, le cambió la vida y en el documental es también un punto de inflexión, a partir del que se explican muchas anécdotas, conflictos, determinaciones y hasta plantes frente al propio Leone o Pier Paolo Pasolini en defensa de su propia integridad como músico. No es intención de este artículo desgranar lo que se relata en el documental, pues toda persona que ame la música de cine debería verlo y encontrarse con todo lo muy bueno que aporta, especialmente en los aspectos musicales y éticos. Curiosamente Morricone afirma odiar la melodía, pero pese a ello fue el autor de algunas melodías más memorables para el cine. Podría parecer una contradicción pero es la constatación de su compromiso con el arte en el que se implicó para ser -a juicio de quien esto escribe- el más grande: si diez buenos compositores trabajan con el mismo director y escriben la música de la misma película todos escribirán música muy diferente. Este razonamiento evidencia lo difícil que es escribir música para películas, porque si hay diversas soluciones, la parte más complicada del trabajo de un compositor es saber cuál es la música adecuada, cuál se integra mejor. Esta es la agonía del compositor, afirma antes de emocionarse.
De las tres perspectivas que cualquier compositor de cine que sea cineasta puede aportar (la humana, la musical y la cinematográfica) son la humana y la musical las que predominan en este documental, y la cinematográfica se circunscribe más a lo histórico y anecdótico que a lo dramatúrgico o narrativo. Pero por encima de todo ello se aporta un punto de vista, como escribe Kristian Sensini en su reseña para MundoBSO Ennio Morricone desde el corazón, decididamente italiano, diría que casi neorrealista, y sin un pietismo fácil asistimos al relato de las miles de dificultades que el compositor afronta cada día de su vida, a las angustias, las dudas y los segundos pensamientos. Pero sobre todo, a la determinación de defender su obra, su dignidad y el respeto a la música. Esta dignidad y respeto a su arte es el tema principal de la banda sonora de este documental y lo que Tornatore mejor ha sabido focalizar, alcanzando momentos de intensa emotividad por la carga de profundidad que Morricone muestra con su testimonio.
Además de los aspectos musicológicos y de su vinculación al cine, este documental exhibe a un compositor de personalidad amable pero complicada, deliciosamente testarudo y seguro de sí mismo, devoto de su mujer María y creo que también desmemoriado: es completamente absurdo, por ejemplo, que afirme no saber cómo fue que los tres grandes temas de The Mission (86) -el del padre Gabriel, el de la misión jesuita y el de los guaraníes- acabaran formando un todo. Es absurdo, extraño y bizarro que no recuerde que (como en el vídeo que adjunto se demuestra claramente) todo respondía a la lógica natural de un arquitecto de la narración y apasionado del ajedrez y del movimiento de sus fichas. Es completamente absurdo que una de las mejores bandas sonoras de la Historia del Cine no haya salido de una planificación metódica y calculada sino de una bendita elevación mística. Morricone tiene esa magia, este documental muestra mucha de esa magia y pese a sus inconvenientes tiene momentos tan conmovedores que solo queda esperar que Tornatore tenga -como sospecho que tiene-muchas más horas de material que mostrar de y sobre este absoluto genio que fue mi amado Ennio Morricone.
Mi puntuación del documental: 8/10