La música es siempre transmisora de emociones, y en el cine además es una gran autopista que permite llevar de forma rápida y casi sin obstáculos todas aquellas que la película pretende transmitir: una sonrisa multiplica su intensidad si la música es sentimental, pero también si es terrorífica; un te querré hasta el día de mi muerte puede sonar intensamente romántico o también intensamente amenazante, dependiendo de qué música complemente ese diálogo. Una nota sostenida hasta el infinito, que puede resultar inaguantable en su escucha, generará sin embargo una impresión de inmensidad con una nave espacial alejándose en el espacio o de volcán a punto de estallar en un rostro serio... En el cine es fantástico que la música transmita emociones, porque ayudan a la audiencia a sentir la experiencia propuesta por la película, pero es que habiendo música habrá inevitable transmisión de emociones. ¿Debería haber algo más que eso?
Esas emociones que se generan pueden ser abiertas o pueden ser dirigidas: con las primeras se da libre albedrío a la gente receptora para que las perciba y sienta según su manera de ser o sentir, y es probable que varias personas tengan interpretaciones diferentes sobre una misma música. Es algo bueno cuando resulta bueno para la película; con las segundas hay un cálculo, una estrategia y una voluntad de conseguir la máxima uniformidad posible en la recepción de la música, porque la propia película depende de ello, de que no hayan interpretaciones alternativas. Por ejemplo, una música hermosa genérica llevará a recepciones diversas: a unas personas les parecerá plácida, a otras melancólica, quizás a otras esperanzada... por el contrario, una música hermosa con un violoncelo rasgado, sufriente, quebrado, generará unanimidad en la percepción de un sentimiento: dolor. Esto sucede porque también gracias a la música se logra dar énfasis al mensaje que se pretende transmitir.
Dice Yanni que la música instrumental, cuando es utilizada correctamente, es muy directa y extremadamente exacta en describir incluso las emociones humanas más sutiles. Las emociones humanas y también las no humanas! (dibujos animados, animales, robots, etc). En cualquier caso, si se trata de describir se trata también de explicar algo, no simplemente transmitir emociones. En el momento en que se pretende explicar algo se asume que la audiencia debe entender, retener y procesar la música, especialmente si es reutilizada en el filme. Interviene para ello la inteligencia de los espectadores: su capacidad intelectual, no solo emocional, es absolutamente necesaria. Su participación puede ser activa o pasiva, consciente o inconsciente, pero se presume que será capaz de entender, retener y procesar la música de un personaje, un concepto, un objeto (o lo que sea) y, así, cuando Frodo se siente en una roca abatido y suene la música del anillo, se entenderá que lo que le agota es la responsabilidad del anillo, no sus largas jornadas andando. Esto es una comunicación intelectual que necesita, sí o sí, que la audiencia utilice el cerebro para completar la escena con aquello que no se está viendo. ¿De qué serviría poner la música del anillo, o la del tiburón, o la de la madre de Harry Potter si quienes ven la película no la comprenden, consciente o inconscientemente?
Hacer partícipes a quienes ven la película de la construcción de la propia película con la música le da al cine una dimensión suprema, fascinante. Lo hemos demostrado incontables veces en MundoBSO, con artículos y vídeos: la música no es solo emoción (que siempre lo es), es también inteligencia. Hay raudales de inteligencia en la música de la serie The Rings of Power (22), y el vídeo/dossier de casi 60 minutos que Ignacio Marqués y yo hemos hecho expone que no se trata solo de música para emocionar sino especialmente para informar y narrar, lo que demanda comprensión y actividad cerebral para procesar esa avalancha de informaciones y narraciones. Es un modelo de hacer música que respeta a la audiencia, que la trata como gente capacitada para absorber la música, percibir sus emociones (siempre) y también racionalizarla y utilizarla, como he dicho antes, para completar la película (en este caso, serie televisiva). Habrá, claro, quienes no tengan esa capacidad, o atención o interés, y entonces no podrán ni sabrán completar el puzzle de la película pues no podrán dotar a la música del significado que tiene.
Lo de The Rings of Power es solo una gota en un océano de incontables bandas sonoras que respetan la inteligencia de la audiencia y demandan, de alguna manera, su participación. Mucho me temo, y también hay bastantes ejemplos de ello, que a parte de la industria actual no le interesa la audiencia inteligente y pensante, que la prefiere nada reflexiva, a la que entretener mucho más que hacer pensar. De esos barros surgen tantas creaciones musicales hechas para impresionar y gustar, para emocionar lo más posible pero evitando a toda costa cualquier síntoma de peligrosa intelectualización. Músicas de parque de atracciones, para pasar un buen rato, mejor que música para elocubraciones.
Y aún así esta opción de las músicas muy llenas de instrumentos pero vacías de contenido (mensaje, narración) no son malas per se, en absoluto. ¡Depende de la película! Pero hay demasiados casos donde claramente se renuncia a generar alguna dramaturgia o narración teniendo personajes de calado, como el de la protagonista de The Woman King (22), de la que tanto se podía explicar con la música pero que nada se cuenta de ella en beneficio de una música no para pensar sino para meramente entretener.
Lo que pone en peligro el futuro de la música de cine no son los estilos musicales sino que se renuncie a su inteligencia y se convierta en un mero artificio sonoro hecho solo para emocionar. La inteligencia demanda un mínimo esfuerzo intelectual por parte de la audiencia. Evitar que piensen y primar que solo sientan compromete décadas de avances en la música cinematográfica.