Secuela de Rise of the Planet of the Apes (11). Un grupo de simios evolucionados genéticamente se convierte en la raza dominante del Planeta Tierra. Su única amenaza es un grupo de humanos que ha sobrevivido a un virus devastador.
El compositor aplica una elaborada e intensa creación que desarrolla en tres frentes: en primer lugar una música para el entorno apocalíptico, devastador, que en cierta manera evoca la creación de Goldsmith para el filme de 1968, al menos en lo que se refiere al tono moderadamente arcaico y primario, violento. Frente a él, una música dramática que expresa con claridad una impresión amarga y desoladora, triste y afligida, de pérdida y de falta de esperanza. En este duelo inserta temas poderoso y contundentes para la acción y el énfasis de la batalla. Todo ello, con notable empleo de coros crepusculares, y un final muy bello pero fatídico, como si del fin de la Civilización se tratara.
Dos son los problemas que lastran en buena medida el resultado final: en primer lugar, cierta sobresaturación provocada por haber abierto demasiados frentes que no se pueden ni desarrollar ni ampliar, y que acaban por solaparse. Es el caso por ejemplo de la música que se aplica a los humanos, que acaba por no encontrar su propio espacio y finalmente resulta poco relevante, menguado -por no haber un contraste claro- su propia eficacia dramática. En segundo lugar, la ausencia de un giro contundente en el antes y el después del golpe de estado liderado por uno de los simios. Hay un bello tema que se aplica para enfatizar sentimientos en el protagonista y su familia (y que habla de esperanza) pero este tema, que genera cierta expectativa, tampoco conduce a nada y acaba en un callejón sin salida. En su conjunto resulta, pues, una obra un tanto confusa y aparatosa.