A finales de la Segunda Guerra Mundial, a un grupo de historiadores, directores de museos y expertos en arte, británicos y norteamericanos, se les encomienda la misión de recuperar las obras de arte robadas por los nazis durante la guerra, para lo que se adentran tras las líneas enemigas.
De la suma del sentido festivo en filmes bélicos de Elmer Bernstein con la intensidad dramática y el tono heroico de Maurice Jarre y el lirismo elegíaco de John Williams -por citar solo unas referencias, todas ellas dentro del mismo género- sale esta sólida y vigorosa creación en la que Alexandre Desplat se luce siendo además muy personal imprimiendo también su característico estilo. Gira en derredor de un brillante tema principal, una marcha empática y dinámica sobre la que ejecuta algunas variaciones transformadas, que cambian y modulan su sentido y significado, abarcando lo heroico, lo aventurero, lo dramático y enfatizando el sentido del valor y de la entrega. Lo complementa con notables temas dramáticos, intensos, para el contexto bélico, y con otras melodías líricas que refuerzan en su contraste el tema principal. Es una banda sonora muy poderosa, estructurada al modo clásico, y con un delicioso sabor añejo, que evidencia que lo bueno, por antiguo que sea, sigue plenamente vigente. El problema es que el filme no levanta vuelo, y la música no puede hacer milagros.