Un grupo de exploradores descubre una pista que puede llevar a conocer el origen de la Humanidad en la Tierra, embarcándoles en un viaje a los rincones más oscuros del Universo. Sin embargo, tendrán que luchar en una aterradora batalla para salvar el futuro de la raza humana.
Parece algo inevitable establecer una comparación entre esta partitura y la de Alien (79), y más cuando el propio Ridley Scott incorpora uno de los temas de Jerry Goldsmith en este filme, pero lo cierto es que ambas bandas sonoras poco tienen que ver, en primer lugar porque Goldsmith estableció dualidad en su creación pero toda su música estaba de un bando, que era el del entorno hostil, y en ningún momento se posicionó a favor de los humanos, a los que dejó completamente desamparados, condenados, sin apoyo melódico y, por tanto, mucho más expuestos al peligro. Aquí, sin embargo, sí hay una clara dualidad: el compositor escribe música para el entorno asfixiante (como por otra parte corresponde a este tipo de filmes) y lo contrasta con una música llena de vitalidad y esperanza, para reforzar y reafirmar el empeño de los humanos, sirviendo además esta música como una amplia vía de escape con respecto a la otra. Es cierto que, como Goldsmith, también se apoya en el poder referencial de un persistente motivo que reitera para fisicalizar musicalmente la amenaza, que complementa con una legión de temas secundarios que apoyan ese propósito, pero este es un recurso narrativo que no fue inventado por Goldsmith, por lo que forma parte de los códigos característicos y que funcionó impecablemente en Alien y funciona también aquí. La dualidad desarrollada èn esta banda sonora, que contrasta luz con oscuridad, siendo la luz realmente brillante y la oscuridad perturbadora, la convierten en una creación más cómoda y convencional, pero sumamente efectiva.