Tercera entrega de Star Trek (09), en la que los tripulantes de la Enterprise se enfrentan a un nuevo y fiero enemigo, una especie alienígena avanzada.
En su tercer viaje a bordo del Enterprise, Michael Giacchino vuelve a demostrarse como un acertado piloto musical, con una creación que no solo mantiene coherencia estilística y temaria con las dos anteriores entregas, sino que incorpora elementos nuevos en la carta de navegación que se construye también narrativamente desde la orquesta.
Vuelve a ser -porque es lo que el filme necesita- una constelación de músicas luminosas y de energías positivas entremezcladas con otras oscuras, tóxicas y negativas, y el excelente tema principal atraviesa ambas con mayores o menores dificultades, enfatizándose o dramatizándose, según los casos. Un tema principal que, por cierto y como mandan los mejores cánones, es el que le sirve al espectador para meterse en el filme y en el viaje.
Las distintas transformaciones del tema principal son exquisitas, inteligentes y muy explicativas, pero no hay tema musical (independientemente del bando en el que esté) que no lo sea también. Así, desde el misticismo íntimo, casi filosófico y también ecologista que recuerda en cierta manera -solo es una referencia- al de Leonard Rosenman y su Star Trek IV. The Voyage Home (86), a la fuerza bruta de imponentes momentos categóricos que evocan -nuevamente, solo son referencias- a Horner o Goldsmith, esta es una banda sonora intensa y extensa en contenidos, que convierte los espacios por los que discurre la acción en intensos y extensos, y que otorga a los personajes que los recorren de contenido explicativo nada superficial ni banal, que más allá de fortalezas o flaquezas, de bondades o maldades, resalta sus motivaciones.
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