Esta semana se estrena Jurassic World: Fallen Kingdom, dirigida por Juan Antonio Bayona y con música de Michael Giacchino. Ambos se conocieron, hace años, en el extinto y maravilloso Festival Internacional de Música de Cine de Úbeda, y ahora colaboran juntos por primera vez. No es la primera participación del compositor en la saga ideada por Steven Spielberg, pues ya estuvo en los créditos de la anterior, Jurassic World (15), así como en el videojuego The Lost World: Jurassic Park (97) En contra de lo que suele ser habitual con los blockbusters, la banda sonora de esta nueva entrega no ha sido lanzada a la par que el estreno del filme y verá la luz la próxima semana. En cuanto sea así publicaré la correspondiente reseña, con más detalle. Sirva este editorial para adelantar algunas de las líneas de mis impresiones sobre la misma y otras consideraciones.
Esta es una película muy ambiciosa en la que el realizador español parece querer rendir tributo a Spielberg, pues incorpora algunas de sus constantes: niña en situación emocionalmente vulnerable, pareja en crisis, chico solo pero gracioso y experto en informática, etc. Todo ello también con la imprenta personal de Bayona, que añade algunos toques muy propios que forman parte de lo mejor de este filme. El resultado, y es una valoración personal que no pretende ir más allá de eso, es un buen entretenimiento con el humor malo de siempre, personajes con poca química, visualmente apabullante, detalles estupendos pero sobre todo con un Michael Giacchino inaguantable, cuya música es mucho, pero mucho ruido y pocas, muy pocas nueces.
El problema no es tanto la música en sí como su aplicación: es la casi obscena sobresaturación que llega a alcanzar, con niveles sonoros ensordecedores, poca consistencia en los temas (alguno es brillante pero queda ahogado en el mar de lava musical) y que paga las consecuencias de la terrible primera media hora del filme, donde suena música máxima en escenas mínimas, poco importantes, como por ejemplo la llegada de la protagonista a la mansión u otras donde podía haberse bajado el tono sonoro y dramático para haber dejado que la música tomara las riendas donde verdaderamente era importante. Pero cuando llegan esos momentos, el colapso ya es insalvable y al final la música es más un estorbo que una ayuda. Solo queda el consuelo de encontrar las puntuales pero bien insertadas referencias a las músicas matrices de John Williams. Ya entraré en detalle la próxima semana, cuando publique la reseña de la banda sonora.
En marzo de 2015 publiqué un editorial que quiero recuperar. Se tituló Wagner en la micción y ahí comentaba que:
El Wagner en la micción (que viene a ser el oye, ¡que el personaje está orinando, no le pongas Wagner a eso!) sucede cuando se aplica música excesiva a escenas poco relevantes, para intentar darles una trascendencia que no tienen (...) En general los compositores saben bien cuándo la pomada musical es efectiva y cuándo es dañina. Y por esta razón suelen ser las víctimas y no los causantes de estos excesos, especialmente si no han podido tener control sobre el montaje musical final o simplemente si su voz no tiene suficiente autoridad.
Y otro editorial que quiero rescatar es el que publiqué en octubre de 2016, El compositor J.A. Bayona, en el que repasé su trayectoria con el uso de la música en su cine, a propósito del estreno de A Monster Calls, y señalé:
Destacar la importante labor que, como cineasta, hace Bayona en favor de la música de cine. Es sabido que es un gran aficionado a las bandas sonoras, como hombre que ama tanto el cine, pero la labor a la que me refiero la hace, ante todo, poniéndola en práctica (...) No voy a generalizar ni a decir que todos los directores tienen la parte musical descuidada cuando no directamente olvidada, pero no son pocos los que no saben qué hacer con la música en sus películas (...) Invito a Boyero y a cualquiera que vea la película que intente ver qué es lo que está diciendo el protagonista cuando se expresa también a través de la música, y entenderá qué es lo que está explicando Bayona desde otra perspectiva que, pudiendo parecer inusual, es del todo cotidiana en quien entiende que la música de cine es más que emoción. Es construcción y es narración. Y por eso J.A. Bayona es también el creador del guion musical del filme, que integra tan bien en el resto de la película. Y es compositor, autor de una crisálida transformada en mariposa por el muy buen hacer de Fernando Velázquez. Lleva tres películas haciéndolo así y es lo que hace que sea tan interesante entrar en sus mundos.
Tengo la impresión, y naturalmente puedo estar completamente equivocado, que ni Bayona ni Giacchino han tenido el control final sobre la música en la película. Hay demasiado Wagner en la micción en ella y no veo rastro del cineasta compositor tan brillante y tan inteligente e interesante que es Bayona. Por el contrario, y naturalmente puedo estar completamente equivocado, intuyo una intromisión de productores o ejectutivos o editores musicales en tomas de decisiones que no les corresponden pero que casi siempre imponen. Y desgraciadamente es el pan nuestro de cada día que perjudica a compositores pero también a directores. Es probable que haya sido así, o quizás sea por una incompetencia del director y del compositor, pero lo que no es de recibo es que la experiencia musical acabe siendo un problema para la propia película y una pesadilla para quienes entendemos que la música no es solo empaste sino explicación. Spielberg casi siempre lo ha sabido hacer bien. Pero en este filme Bayona no es Spielberg.