La mejor manera de ver Strange Darling (23), que hoy se estrena, es no saber nada del argumento y entrar genuinamente en la experiencia que el director J.T. Mollner dispone y que obliga a la participación activa de la audiencia. Seguramente será un éxito pues es un filme consecuencia de tantos filmes míticos, pero naturalmente tendrá sus amores y sus detractores. Nada voy a contar de la trama ni de la estructura tan peculiar de su guión, pero sí quiero significar -y no hay spoiler alguno en ello sino que es dar pautas para tener un mejor y más completo visionado- el gran papel protagonista que se le ha otorgado a la música, muy lejos de la ortodoxia y de los lugares comunes en el género.
Digo música pero debería decir músicas, porque el filme maneja cuatro diferentes: la música original de Craig DeLeon, las canciones de Z Berg (de momento, lo único editado comercialmente), dos piezas de Chopin y el silencio, que en varios momentos es una decisión musical en forma de ausencia. Con estos cuatro tipos de música se crea un puzzle que imposibilita a la audiencia acomodarse pero que va más allá de esa pretensión, generando un choque a veces brutal, en otras dramático y en alguna sentimental. El plano final merece un buen aplauso.
Las músicas, pues, no como complemento o como auxilio para mejorar la película sino como parte indisociable de la esencia orgánica del propio filme. Tarantino es una referencia, pero no la única. Lamentablemente -y para no variar- la crítica profesional que está mencionando la banda sonora solo señala las canciones de Z Berg, e incluso alguna le atribuye a la artista la creación musical del filme, ignorando por completo a DeLeon y por supuesto sin haber captado la aportación de Chopin. Pero tampoco van más allá de que son canciones bonitas (que lo son): como en tantas ocasiones no se han subtitulado las letras y no haciéndolo se lacera parte de la experiencia, pues las canciones explican o añaden cosas de relevancia a la película.
Me ha gustado mucho la película sobre todo por sus músicas. Solo la he visto una vez y por tanto no puedo desencriptar las intenciones (si es que no fueran azarosas) de algunos de los cambios bruscos y muy, muy chocantes que tiene. Pero como punto de partida, es una obra que aporta interés e inteligencia en el uso de la música como experiencia inmersiva y también revulsiva para la audiencia. Es algo para agradecer.