Hay que matar la emoción para crear, entender, desencriptar y explicar una banda sonora. Hay que erradicarla, desterrarla, olvidarla. Las emociones perturban, confunden, nos hacen vulnerables y son tan íntimas y personales que sobre ellas no se discute, simplemente se comparten.
Las emociones son seguramente lo más intensamente bello que tenemos piel adentro, lo que nos hace diferentes y singulares, pues ninguna emoción es igual a otra, y en si mismas son variables y cambiantes. Por eso, matar la emoción ayudaría a concretar divagaciones, a uniformar lo que transmite la música, especialmente si no se quieren ceder espacios a la interpretación personal. Si quien ve una película siente su música de modo personal y diferente a quien tiene sentado al lado... ¡está viendo otra película!.
Matar la emoción ahorraría no pocos quebraderos de cabeza a directores y compositores, especialmente a compositores pues... ¿cómo se explican las emociones? ¿cómo se definen?. ¿Cuántas horas de conversación son necesarias para que un director sepa indicarle al compositor lo que quiere? ¿Cuántas veces se condena al compositor a escribir un tema musical hasta que el director por fin le diga eso es exactamente lo que buscaba?
La gente que intenta entender y desencriptar una banda sonora, desde luego si está construida en la forma de guion musical, prácticamente nada verá si la lupa con la que observa es la emocional, porque las emociones ciegan, distraen la atención, son un canto de sirena que hipnotizan, seducen y finalmente someten y dominan al espectador. Y si el observador cae en su trampa, será incapaz de ver los hilos invisibles que el compositor (si es cineasta) maneja para que la marioneta se mueva y se explique...
A quien quiera explicar una banda sonora piense que a nadie, salvo a sus íntimos, le importa cuáles son sus sentimientos, y que un discurso basado en emociones es fácilmente reemplazable por otro basado en emociones. ¿Qué significa decir la música es intensamente bonita? Para quien lo dice, seguramente mucho; para quien lo escucha prácticamente nada, pues como mínimo querrá comprobar su veracidad. Y para el compositor, un drama (¿todo mi esfuerzo en lograr una lógica, una estructura, una comunicación y narración... para que todo lo que vean quienes me explican a los demás es que es intensamente bonita?)
Hay que matar la emoción, porque la emoción debería ser siempre la consecuencia, nunca el origen; el punto de llegada, no el de partida.
Para crearla, porque no es la emoción sino el concepto lo más determinante. En el cuerpo de la película, el concepto es el tuétano, el hueso el tema musical que lo aloja, el esqueleto el conjunto de temas estructurados y finalmente la carne y la piel... son la emoción, aquello que el espectador ve, sin percibir de modo consciente lo que pueda esconderse bajo esa carne y piel.
Un ejemplo: si en un tema romántico (supongamos que inocente, juvenil, abierto y expansivo), inyectamos un elemento mínimo tóxico... el espectador verá con sus ojos la carne y la piel de ese tema romántico, pero también le llegará por otros canales (la subconsciencia) lo tóxico, y aunque los personajes estén felices intuirá que algo no marcha bien. Y esperará incluso hasta el final de la película, y aunque durante toda ella los personajes sigan felices, el espectador esperará... porque tendrá más información que ellos (salvo, claro, que la causa de lo tóxico sea que uno de ellos es asesino!).
¿Cuántas horas necesita un director para explicarle esto al compositor?. El necesito un tema romántico, inocente, juvenil, abierto y expansivo con un mínimo elemento tóxico se explica en un instante, y no hay nada de emocional en esta explicación, sino conceptual. Los conceptos son los que se pueden transformar en música y por tanto en emoción: en nuestro ejemplo, el elemento tóxico dentro del tema podría ir creciendo a modo de un cáncer durante el desarrollo del filme, hasta que el espectador sí viera la enfermedad. Si un director se explica con conceptos, un compositor no necesitará hacer muchas versiones puesto que habrán hablado un mismo lenguaje, el conceptual. Si además con ello el director se ha sentido partícipe de la construcción musical dará menos quebraderos de cabeza.
De la misma manera, quien intenta entender y desencriptar una banda sonora debe sustituir la lupa emocional por la conceptual, para evitar que le distraiga la belleza tramposa de la música y poder llegar así al tuétano donde observar lo que hacen los elementos tóxicos en ese tema musical. Es un análisis científico, aséptico, quirúrgico. Una suerte de anatomía que permite encontrar los hilos invisibles para comprender mejor cómo se mueve la marioneta. Y no hay nada de emocional en este estudio, es rigurosamente científico y los componentes emocionales solo entran en la fase final. Y de la misma manera, quien explica a los demás una banda sonora hará mucho más completa, interesante y singular su explicación si pone encima de la mesa esos elementos y no los emocionales, pues nada hay peor que leer comentarios llenos de emociones y faltos de explicaciones... que son las que a fin de cuentas harán más atractivo al espectador el acceder a la película para ver con sus propios ojos esos hilos invisibles.
Las emociones son el derecho y privilegio de los espectadores, que no tienen ninguna obligación de ser marionetistas ni anatomistas. Son espectadores y, por tanto, víctimas del maravilloso arte de la manipulación que es el cine en general y la música de cine en particular. Pero para la creación, desencriptación y explicación es imperativo matar la emoción, que es seguramente lo más intensamente bello que tenemos piel adentro y lo que de modo tan formidable nos aporta la música en el cine.