El crédito es un telefilme coproducido por Focus, TVE y TV3 donde se ha decidido no contar con un compositor y sustituirlo por librerías musicales, con resultado sonrojante. Se trata de una adaptación de la exitosa comedia teatral del dramaturgo Jordi Galceran, estrenada en los escenarios en 2013, que se sustenta en una ágil batalla dialéctica entre un hombre que acude a una sucursal de banco para solicitar un crédito y el director de la sucursal, que se lo niega. El telefilme ha sido dirigido por Albert Folk y Joan Riedweg y grabado simultáneamente en catalán para TV3 (con Jordi Bosch y Pere Ponce de protagonistas) y en castellano para TVE (con Carlos Hipólito y también Pere Ponce) El pasado miércoles se emitió en la cadena catalana la primera de las dos versiones y próximamente podrá verse en castellano en toda España.
Quien quiera comprobar cómo una mala música (y además mal aplicada) puede dañar una comedia, debería ver este telefilme. No es malo acudir a las librerías musicales si es para parchear o insertar matices ambientales, pero no se justifica en una comedia de altos vuelos con actores de primera a los que se impone un apoyo tan pobre. Es como servir el mejor vino en un vaso de plástico, y los primeros en pedir explicaciones deberían ser los propios intérpretes, pues la música enlatada afecta perjudicialmente sus actuaciones. No es solo que allá donde ellos son dinámicos y divertidos la música sea aburrida y sosa o que donde hacen evolucionar la trama la música sea estática, ni por supuesto que no haya maridaje entre buenas actuaciones y muy mala música, sino también que el conjunto de la película se ve lastrado por una música que suena siempre parcheada pero nunca integrada, que no sintoniza, ni avanza, ni se transforma, ni crece ni eclosiona, ni matiza ni nada de lo que podría haber hecho un compositor convertido en storyteller, en cineasta, en co-partícipe de la construcción de una película como lo son el director de fotografia, el decorador, figurinista o sonidistas...
No haría falta tener que mencionar películas como Sleuth (72), con banda sonora de John Addison en la que la música aporta muchísimo al conjunto del filme tanto en lo que se refiere a impulsar la dramaturgia como sobre todo a dar categoría y prestancia a dos actorazos como Olivier y Caine, con los que se iguala. A Mankiewicz no se le habría ocurrido emplear librerías musicales, y de hecho no encontraremos buena comedia (ni película) que lo haya sido con ellas, porque la música es un elemento interno, orgánico, que un compositor crea desde dentro.
Recurrir a librerías musicales para hacer una película es una cutrez y un desprecio a la labor del compositor como creador no solo de emociones sino de sinergias dramáticas y narrativas. ¿Qué razón hay para ningunearle y confiar el trabajo a una empresa de librerías musicales que lo mismo podían haber colocado las músicas vendidas en un anuncio de chorizo? Para parcheos concretos, de acuerdo... ¿pero para toda una película? Que una empresa privada como Focus quiera vender gato a precio de liebre es una cosa, pero otra bien diferente es que entidades públicas como TVE y TV3 no sean exigentes con la calidad del producto que financian. TVE aún está a tiempo de exigir música buena e integrada en esa película, y demorar su emisión a que se arregle el desastre. Si no se pone un cortafuegos a este tipo de prácticas el futuro puede ser muy oscuro para los compositores pero también para los grandes guiones e interpretaciones si se les condena a resultar daminificados por música enlatada y mala.