La música en el cine es tan determinante que hay ocasiones que con recursos mínimos se alcanzan logros máximos, superiores a los que podrían obtenerse con músicas más elaboradas. Siempre celebramos (y con razón) aquellas bandas sonoras extraordinarias en lo musical, emotivas, bien escritas, hermosas. Eso está bien, pero jamás debe perderse el norte de que sobre todo y ante todo la música debe imperativamente ser útil al resto de la película. Y especifico resto porque, ya en ella, la música es también parte de la película, para bien o para mal. Es fundamental ser útil y no lo es ser bueno: ¿acaso no se puede destrozar y empeorar una música para así destrozar y empeorar a un personaje a través de ella? Una mala música puede ser infinitamente mejor y más útil que una música exquisita.
Un ejemplo reciente y excelente es la música de Jonny Greenwood en The Power of the Dog (21), con los insistentes golpes de pianola de lupanar para martillear y hacer más patético el personaje de la madre. Es solo uno de los logros de esta fantástica aportación (hice un vídeo, con spoilers, donde lo explico todo y al que me remito). Es un ejemplo de tantos en los que músicas sencillas, elementales, mínimas, logran resultados máximos. Me encanta toparme con ellos, por inesperados, y es exactamente lo que me ha sucediro al ver esta semana, algo tarde, la mucho más que estimable película española Modelo 77, de Alberto Rodríguez Librero y con música de su habitual Julio de la Rosa. No, no hay música de lupanar aquí y no la comparo con la película de Jane Campion porque nada tiene que ver con ella ni en lo musical ni en pretensiones: bien al contrario, De la Rosa impone mucha dignidad allá donde Greenwood deliberada suciedad. Pero del mismo modo que aquella pianola de burdel es un ejemplo a mostrar y sirve para demostrar lo que comento al comienzo de este editorial, en este filme hay algo que debe ser resaltado como un gran logro a reconocer, a defender y al que referenciar: la súbita irrupción en un filme carcelario de un órgano bien poco orgánico de iglesia.
Más o menos a mitad de la película, el director muestra un plano exterior nocturno de la cárcel Modelo de Barcelona con la perspectiva de una de sus largas naves y con el panóptico, ambos iluminados. Entonces se oye en la música un órgano y súbitamente esa prisión se transforma (pues arquitectónicamente tiene también la forma)... ¡en una catedral! Un lugar donde cumplir condena transmutado en un lugar donde encontrar la salvación con la simple aparición de un instrumento. Me quedé en shock... A partir de ese momento, además, el órgano que se sigue presenciando funciona a modo del camino hacia esa salvación. El resto de la música cumple, es eficiente, pero la película se apoya más en otros elementos (actores, montaje, etc). Sin embargo, con esa contribución la película alcanza sus máximos. Una decisión que le da un giro radical a la película y que muestra y demuestra lo mucho que puede lograrse con lo mínimo.