Si comparamos lo más reciente de Patrick Doyle, Artemis Fowl (20), con lo que el compositor hizo en el cine británico de los noventa, y si pensamos en los filmes de entonces de Kenneth Branagh y lo cotejamos con lo que firma ahora en USA, entonces no será difícil hablar de caída en picado, de decadencia, de pérdida de identidad a cambio, tampoco es difícil suponerlo, de más trabajo y más dinero. Es un escalón más en la caída hacia la nada de quienes en su día lo fueron todo. La situación del cine en Reino Unido es poco boyante y es comprensible que si se tiene la oportunidad se busquen mejores oportunidades, pero a un precio caro, el de dejar de ser uno mismo y transformarse en lo que exija la industria.
No todos tienen la suerte y fortuna de un Alexandre Desplat o de un Hans Zimmer, para los que Hollywood sí ha sido un paraíso donde establecer sus propios reinos. Desplat, además, se permite el regresar a Europa las veces que quiera para hacer las películas que quiera. Las cosas le han salido francamente bien y desde luego ha sabido moverse en territorio tan competitivo para convertirse en alguien sin competencia. Recuerdo, hace ya tiempo de eso, que George Fenton me explicó que alternaba el cine en USA con el de UK porque con el primero ganaba el dinero que necesitaba para poder hacer el del segundo sin apuros. Doyle, hace también tiempo de eso, me dijo exactamente lo mismo, aunque en su caso más como propósito que como realidad ya consolidada. De Fenton lamentablemente ya no sabemos apenas nada (en ninguno de los dos lados del Atlántico) y Doyle hace tiempo que se va invisibilizando.
Doyle es un compositor infinitamente más querido y respetado por los aficionados que conocen su trayectoria que por una industria a la que nada le importa lo que hicera en aquella gloriosa década de los noventa. Su nivel es máximo pero le han relegado (salvo algunos destellos) a prácticamente los mínimos, situándolo lejos de la primera línea con sus iguales, pues debería y merecería estar codeándose con los Desplat o demás. No es el único que ha sido fagocitado por esta cruel industria insensible al arte, pero sí uno de los más damnificados. No pocas deben haber sido las presiones que tanto Branagh como Doyle han debido sufrir para hacer de Artemis Fowl más un producto que una pieza de orfebrería como aquellas adaptaciones de Shakespeare. Tiemblo ante lo que ha puede ser la inminente Death On the Nile. Ojalá Doyle y Branagh pudieran encontrar el camino de retorno a Europa.