Hoy se estrena 1917, filme recién ganador del Globo de Oro y firme candidato a los Oscar a los que con seguridad Thomas Newman acudirá como finalista por 15ª vez para perder también por 15ª vez. Esta séptima colaboración de Newman con Sam Mendes es probablemente la que menos ha necesitado de la participación del compositor en términos de construcción de un filme que habla de destrucción y de supervivencia, algo que podía haberse llevado al terreno musical pero que ha preferido no hacerse. Hay razones de peso, todas ellas razonables, y que se sustancian en el peculiar, singular y difícil modo en cómo está hecha la por otra parte más que brillante película.
Hay un cliché en la música de cine que es bastante recurrido pero que como poco es una estupidez: el que afirma que la música es el 50% de la película. La afirmación es voluntariosa y pretende ensalzar el rol de la música en el cine, pero este porcentaje acaba por ser dañino si es asumido como tópico cierto en amplios sectores del público y de los aficionados pues de alguna manera impone una exigencia de participación activa de la música que a veces no es en absoluto necesaria. Si se quiere ensalzar su importancia basta con explicar lo mucho que aporta emotiva, dramática y narrativamente, sea en pequeña o gran escala, para que se entienda que no se trata tanto de presencia ni de potencia sino de eficiencia.
Con Sam Mendes, Thomas Newman ha ejercido de cineasta, de compositor que hace cine desde la música, no de músico que simplemente pone música. Y esto es posible porque el director sabe qué puede construir y sumar la música en sus películas. Así quedó demostrado en la impecable American Beauty (99) cuya banda sonora conforma un brillante guion musical que detallamos en un vídeo de Lecciones de Música de Cine. La presencia de música en Road To Perdition (02) respondió más a necesidades ambientales y dramáticas que narrativas, pero fue otra manera de hacer cine con la música, perfectamente válida, con mayor presencia de la misma y más expuesta. En su tercer y cuarto filmes juntos, Jarhead (05) y Revolutionary Road (08), prefirieron moverse en la seguridad de los terrenos comunes y completar ambas películas dando lo esperable, pero con absoluta solvencia, al igual que en las difíciles (por la comparación con las películas precedentes de la saga Bond) Skyfall (12) y Spectre (15), que sería oportuno revisar y reconsiderar.
Todas estas películas, diferentes y diversas también en el modo de ser musicadas (salvo quizás las dos de Bond) tienen en común llevar bien impresa la personalidad de Thomas Newman, algo que es constatable si se atiende a las músicas también muy personales del compositor con otros directores. Eso, y el que salvo en Away We Go (09) Mendes haya aceptado siempre incluir la voz de Newman en su cine, demuestra el grado de fortaleza de su alianza. En 1917 la aportación del compositor no es en absoluto ese dichoso 50% y tampoco es una contribución emblemática pero es una nueva obra escrita por dos cineastas que aman mucho el cine, y eso es lo que forja las más grandes alianzas.