La noche del domingo al lunes Ludwig Göransson recogerá con toda probabilidad su segundo Oscar, por la película Oppenheimer. Se habrá perdido la oportunidad de volver a ver a John Williams subiendo a un escenario que no pisa desde hace ya 30 años, cuando recogió la estatuilla por Schindler's List (93). Williams no necesita ningún Oscar, su nombre es mucho más importante que el premio y su legado es imbatible por cualquier compositor vivo y solo comparable a pocos de los ya muertos. Con tal grandeza es terrible y ofensivo escuchar voces proclamando que su nominación es inmerecida, de gente que además reconoce ni haber visto la película: nada saben del valor de la música, nada les interesa el cine que se hace con ella.
Y es que, incluso con una obra de menor relevancia en el conjunto de su carrera, como efectivamente lo es Indiana Jones and the Dial of Destiny, es absolutamente superior a cualquiera de las otras candidatas. Hay niveles muy difícilmente alcanzables, y Williams es de los que los mantienen siempre en los máximos. Y a quien lo dude le invito a ver, si no ha visto el filme, este vídeo de seis minutos donde explico, muestro y demuestro lo que afirmo. Esto no desmerece en absoluto a los demás finalistas, de hecho y en contra de no pocos aficionados, aplaudo y celebro que existan bandas sonoras como las de Poor Things (del debutante Jerskin Fendrix) o la de Killers of the Flower Moon (del tristemente fallecido Robbie Robertson), pues ambas tienen mucho de artístico, de original y de rompedor. Particularmente la primera, una creación nada ortodoxa, radical y subversiva, que rompe con cualquier código razonable y se proyecta como una experiencia inmersiva y vertiginosa. La música de cine debe ser también alternativa, variada, ecléctica, atrevida, y esta es fantástica para la película. De la de Scorsese aprecio mucho el valor que tiene para generar una atmósfera progresivamente más enrarecida, más demencial y más tóxica, que deliberadamente afea el bellísimo entorno en que se desarrolla la película, perjudica a los inocentes y ensucia a los miserables. Son ejemplos claros y constatables del arte que hay en la música de cine, y rechazar estas propuestas por poco ortodoxas o por no tener música para las emociones es ser tan sectario y tan limitado como quienes rechazan la vieja y sin embargo tan moderna escuela de Williams.
La cálida y agradable música de Laura Karpman para American Fiction es también de una vieja escuela que afortunadamente sigue siendo lozana: sus aires grusianos son de una elegancia tal que disparan la película a otra categoría, y sus solos de piano son intensamente emotivos. Personalmente me parecería plenamente justificado el Oscar para Jenkins -incluso estando Williams-, por los valores que he señalado, y creo que ni Robertson ni Karpman deberían ser competencia. Pero debo decir que no voy a poder alinearme con quienes celebren el Oscar a Göransson: esta semana la he estudiado al detalle para hacer un vídeo -explicativo, no de opinión-, a publicar en muy breve, y sin desmerecer los méritos que claramente tiene me parece -este editorial sí es opinativo- una banda sonora demasiado simple, básica y elemental como para estar a la altura del premio Oscar. Aunque este, últimamente, ya no está tampoco a la altura de lo que llegó a ser.