Sucedió el pasado martes 28 de marzo pero no se ha sabido hasta hoy: Ryuichi Sakamoto, el genial compositor japonés, ha fallecido a los 71 años a causa del cáncer que tiempo atrás él mismo había anunciado que padecía. Pocos son los compositores de los Siglos XX y XXI que han forjado un nombre con tanta personalidad tanto en los ámbitos cinematográficos como extracinematográficos. Hubo una época en la que tener a Sakamoto en la banda sonora de una película daba pedigrí y prestigio, era un sello de distinción y lo que hacía gustaba a cinéfilos y no cinéfilos. Fue lo más en los ochenta y principios de los noventa, gracias a su doble presencia (como actor y compositor) en la celebrada Merry Christmas, Mr. Lawrence (83), a su triple colaboración con Bernardo Bertolucci, con quien ganó el Oscar por The Last Emperor (87), o a títulos diversos de Oliver Stone o Brian De Palma, entre otros. Fueron tiempos de muchísimo éxito -y muy bien merecido- en el cine pero también fuera de él, con sus álbumes de estudio.
Probablemente Pedro Almodóvar no fuera el único en querer tener su firma, como la que había conseguido de Ennio Morricone, pero por los resultados parece que Tacones lejanos (91) fue más un fichaje por márketing que por pretensiones artísticas. Sakamoto lo lamentó en una entrevista: Me arrepiento del trabajo que hice para él. No pude satisfacerle porque mi música no capturó el espíritu de España y de Madrid lo suficiente. Por eso él sustituyó la pieza introductoria que yo había compuesto por Sketches from Spain, de Miles Davis. No me quejo. Él tenía razón (entrevista en El Periódico). En todo caso, tras su estupenda primera colaboración con De Palma, Snake Eyes (98) fue espaciando sus participaciones en el cine:
"Cada vez que trabajo en una película me digo que va a ser la última, porque componer bandas sonoras es muy duro, casi una tortura. Por varios motivos: por un lado, porque cada una de mis composiciones es como un hijo para mí, y cuando los directores las trocean para acomodarlas a la película es como si mutilaran a mi hijo. Por otro lado, es un proceso lleno de tensión. Los directores suelen pedir muchos cambios y muy repentinos. La mayoría de ellos son unos dictadores" (ibid)
Ya durante el Siglo XXI se centró más en creaciones personales, conciertos y colaboraciones. Casi todos estos trabajos fuera del medio cinematográfico eran de un Sakamoto mucho más experimental, minoritario y autoral, que luego derivó en algunas nuevas bandas sonoras como por ejemplo la de The Revenant (15), una obra tan interesante como poco comprendida, pero que muestra a un Sakamoto auténtico, puro. Aunque fue un oasis, pues sus últimos años en el cine fueron bastante olvidables. Es probable incluso que lamentara haber participado en las recientes Minamata (20) y Beckett (21): en la primera por haber escrito una buena música desperdiciada en un muy mal filme y en la segunda por haber creado el peor trabajo para el cine de su carrera, desde la perspectiva cinematográfica pero también musical. En ambas estuvo donde deberían haber estado compositores sin su bagaje ni renombre, cumplidores y poco más. Quizás Sakamoto, como pensaba Norma Desmond, creyera que el cine se había vuelto más pequeño, pero lo cierto es que sus tiempos pasados fueron muchísimo más grandes y mejores. Pero aunque su impronta musical se fuera diluyendo paulatinamente en los últimos veinte años, las bandas sonoras que firmó en sus mejores años, y también algunas de las que creó en años no tan positivos, le forjaron como un emperador nipón de la música de cine cuyos logros, que no son pocos y son maravillosos, no hay cáncer que pueda acabar con ellos.