Últimamente proliferan las ofertas de cursos para cubrir la enorme demanda de gente que aspira a trabajar en el cine. Cada vez más frecuentemente recibo peticiones de información sobre algún lugar donde entrar como compositores y salir como compositores de cine. A todos les digo lo mismo: ese sitio no existe. Es retórica. Naturalmente sí existen lugares muy buenos, aunque no nombraré a ninguno porque no quiero desconsiderar a otros, pero cuando digo no existe me refiero a que el aspirante ha de asumir que cualquier formación será siempre insuficiente, incluidos esos mejores lugares. Salvo, claro, que se tengan tan pocas aspiraciones como para aceptar ser esclavo pero no Espartaco. Si es así, hay sitios donde podrá aprender a empapelar al detalle las escenas, pero formará parte del cada vez más numeroso circo de las abejas y será imposible que algún día se le pueda llamar cineasta total. Los enlaces llevan a artículos y editoriales que he escrito sobre este asunto tan importante, y a ellos me remito.
La formación verdaderamente determinante surge más del esfuerzo, del amor y del respeto a la profesión. Recibir formación útil es aconsejable, pero es abrumadora la cantidad de gente que ha conseguido un título acreditando haber recibido esa formación y luego, en el escenario de guerra que es la creación de la película, no saben hacer otra cosa que obedecer instrucciones. Aprender a hacer música para el audiovisual es tener la capacidad de dar respuesta rápida y competente a las demandas de una película, que siempre son distintas. Lo he dicho muchas veces y lo insisto ahora: el compositor que no propone es el compositor que obedece, y para proponer hace falta tener conocimiento. ¿Dónde estudiaron música de cine Ennio Morricone, John Williams, Alberto Iglesias o tantos otros cineastas? No la estudiaron: aprendieron y se formaron trabajando en filmes, probando, experimentando, equivocándose... Iglesias sin ir más lejos se pasó toda la década de los ochenta haciendo películas de las que nadie se acuerda y cuyas músicas nadie conoce. Pero con el tiempo, y para él, eso resultó ser una estupenda pista de despegue y terreno de aprendizaje.
Antes de apuntarse a un curso es importante saber del profesorado, de su trayectoria profesional y prestigio, de si trabajan regularmente (y si no es así, por qué), la duración, los objetivos a alcanzar y un etcétera largo que cada aspirante sabrá (o debería saber) sopesar para decidir si inscribirse o no. Algunas de las ofertas resultan serias, solventes y sobre todo provechosas; otras son de dudosa utilidad y no pocas -especialmente en el caso de talleres- son meros escaparates que buscan más prestigiar y dar nombre a quienes lo organizan que prestar servicio a sus destinatarios, especialmente si estos son estudiantes de música muy jóvenes o gente sin experiencia, a quienes hablarles de temp tracks y como sortearlos cuando ni tan solo han hecho un corto no va a servirles de mucho, ya que para cuando les toque lidiar con esos problemas ni se acordarán de lo explicado. Pero ciertamente es más llamativo poner en cartel temas muy especializados que un simple -pero necesario- ABC de los principios fundamentales, pues las casas siguen construyéndose desde las bases y si estas son desconsideradas -por poco vistosas en la cartelería- poco puede edificarse.
Los puntos de partida -esas bases- son esenciales pero sorprendentemente son lo menos ofertado y derivadamente lo menos entendido. Tiene una lógica perversa: se viene a sugerir que saltándose lo esencial, se accede más rápido a lo importante. Y comporta consecuencias. No solo es imprescindible una base teórica sino imbuir la necesidad de ver, estudiar y analizar películas, cuantas más mejor, y no simplemente escenas sueltas y descontextualizadas a las que empapelar. Un alumno que quiera ser cineasta debería, por ejemplo, haber visto el mayor número posible de películas hechas por el profesor que le va a enseñar, pero es algo que no opera mucho en los estudios de música para cine, donde ver cine (completo, no escenas) y debatir sobre el conjunto debería ser obligado.
Ver cine y sacar las mejores lecciones de lo que han hecho los cineastas. Nada hay mejor para aprender de este oficio que distingue entre artistas y artesanos. Reitero aquí la anécdota que ya he contado más veces: hace unos años, en el extinto Festival de Música de Cine de Córdoba los responsables de Berklee Valencia presentaron a una docena de sus estudiantes licenciados y entre grandes elogios (son el futuro inmediato de la música de cine, etc) mostraron sus trabajos de final de carrera. Lo que vi fue un horror, un no tener ni remota idea de cómo intercomunicar la música ya no con un personaje (visto lo visto era pedir demasiado) sino con el propio montaje, o con la mera imagen, imantarse de su color, moverse a su ritmo, etc. No había sinergia alguna, todo era pura exhibición de habilidades orquestales pero con una completa falta de respeto a la propuesta visual. Una serie de ejercicios pésimos de empapelador, ni eso se hizo bien. Hablé con ellos y les pregunté qué películas habían visto que les hubieran servido de formación. No entendían de qué les estaba hablando, ni conocían las obras fundamentales que les citaba. Y lo que es peor: ni les interesaba. Habían colocado su música en unas imágenes y parasitándose a ellas ya se sentían compositores/as de cine. Les dí mis datos de contacto y me presté (incauto de mi) a facilitarles una lista de títulos fundamentales que estudiar. Nunca me la pidieron, y debo decir que han pasado unos años de esto y hasta donde sé es el cine el que no les ha pedido nada.
¿Qué falla para que no pocos alumnos luego sean incapaces de articular un discurso cinematográfico sólido con la música, un guion musical? De manera constante me consultan alumnos y ex-alumnos sobre escenas a las que han puesto música para que les dé mi parecer sobre sus cualidades y de cómo enfocar su promoción. Mi respuesta es siempre la misma: ¿dónde está el resto de la película? No pocos creen que pido demasiado, que no necesitan tanta demostración. A fin de cuentas, de alguna manera se les da a entender que pueden convertirse en compositores de cine en 20 horas en lugar de en los años de esfuerzo y sacrificio. La ley del mínimo esfuerzo para lograr el máximo reconocimiento. La deformación de la formación. El creer haber sido enseñado pero sin haber aprendido mucho.