Es cuando menos chocante que en un entorno tan materialista como Hollywood un millonario como Alan Silvestri deba agachar la cabeza ante gente que con seguridad no tiene ni la décima parte de su dinero. Hollywood, decía memorablemente Bob Hope, es el único lugar del mundo donde puedes esperar a tu jefe en la piscina de tu mansión para negociar mejoras salariales. Silvestri ha acumulado su fortuna -hace un tiempo puso a la venta su impresionante mansión, que así se pudo conocer- seguramente más por sus negocios vitícolas, pero eso no es algo que deba importarnos. Tampoco hay relación entre sus finanzas y el trato que recibe por parte de la industria del cine, pues de sostener esa vinculación se entendería que estoy sugiriendo que si fuera pobre sería más aceptable el mal trato, y eso está muy lejos de lo que pretendo argumentar. Lo que vengo a decir es que para la industria del cine da igual si eres rico o eres pobre: si eres compositor no eres respetable.
Esta semana hemos rescatado en el artículo semanal que dedicamos al libro de Stephan Eicke la anécdota de Silvestri y el guirigay que se montó entre un director y tres productores acerca de su música, y que cuando se logró rebajar a solo dos bandos, el compositor decidió escribir dos temas, a gusto de cada uno, para que se pelearan ellos y le dejaran tranquilo. Alguien que no puedo revelar me comentó otro lamentable episodio con Silvestri: iba a grabar un tema con toda la orquesta cuando el director interrumpió para decir que detestaba la tuba, porque le recordaba al circo y él detestaba el circo. Tras este argumento profundamente intelectual y de amplio calado cinematográfico, Silvestri optó por decirle al intérprete que ya no era necesario, que se podía marchar. El millonario Silvestri pensó que no valía la pena discutir y decidió no complicarse la vida... aunque a escondidas grabó el instrumento y lo incorporó.
Cabría preguntarse si estas humillaciones y desconsideraciones no deberían tener una respuesta por parte de los compositores y que se les pusieran freno precisamente para dignificarse y hacerse respetar. Lo cierto es que no sucede y la mayor parte de los compositores tienen muchísimo que perder si plantan cara a los directores, productores y ejecutivos. Y es terrible que sea así no solo por lo que se refiere a la dignidad personal y profesional sino a la capacidad de ofertar alternativas creativas que mejoren la película. ¿Y si esa tuba fuese vital para la dramaturgia del personaje? ¿Silvestri habría elegido perjudicar al personaje para aplacar el estúpido trauma del estúpido director?
Danny Elfman, en su masterclass, comenta lo importante que es transmitir en todo momento una sensación de calma y de control de la situación, no mostrarse a la defensiva ni por nervios dar respuestas sin sentido: la gente se queda con los errores de ese momento. Y en el libro de Eicke, del que seguiremos hablando por largo tiempo -tal es su valor- hay incontables declaraciones de otros colegas. Todo esto es humillante para cualquier compositor, sea millonario o pobre, esté empezando o ya esté consolidado. El genial Morricone fue claro y contundente:
No aguanto a los directores que imponen una forma de pensar. Dejo de trabajar con ellos inmediatamente. Es ofensivo que a uno le digan lo que tiene que hacer. Soy compositor, que me digan qué quieren y haré lo posible. Y aportaré mi punto de vista (...) Si se me ocurre algo y veo al director entusiasmado me motiva y se me ocurren más ideas. Sin embargo, me desanima cuando dicen "Quiero algo tipo Chaikovsky". Entonces les digo: "Soy compositor. La música la escribo yo".
Ojalá los compositores tuvieran esa posibilidad de hacer valer su voz y más si esta es para beneficiar y sumar. Por ellos, por su música pero especialmente por el buen cine. Lamentablemente me temo que solo Williams, Zimmer, Desplat y creo que no muchos más son intocables e inmunes a las humillaciones. No solo en Estados Unidos.