La Academia de Cine ha descalificado de la carrera a los Goya la banda sonora de Federico Jusid para Cerrar los ojos (23) por una norma cuya sola existencia descalifica a la propia Academia y cuestiona a quienes la han promovido y apoyado, compositores incluidos. La norma en particular es esta:
17.6. La música original candidata habrá de suponer al menos el 15% de la duración total de la película.
En las bases de la convocatoria no se pide ese 15% mínimo a intérpretes o a creadores de efectos especiales, por lo que un actor que aparezca en el 10% del filme o unos maravillosos efectos visuales que ocupen el 5% de la película sí podrían ser honrados. ¿Por qué no la música? No hay razonamiento que pueda sostener que una presencia mínima de la música no pueda resultar una aportación máxima. ¿Es con el 16% lo que hace a la música digna de ser reconocida? Dicho en román paladino: la norma es una estupidez suprema y supone, por imponer una cuota de presencia, no entender ni respetar la aportación de la música en el cine. Hay bandas sonoras de escasa duración que son lecciones de cine y otras de muy amplia que nada aportan. La norma, además, da por hecho que el votante (gente del cine) está poco cualificado para distinguir calidad de cantidad, y es probable que efectivamente haya escasa cualificación entre los votantes, y más si esa norma se mantiene sin que nadie proteste. Lo más preocupante es que pueda haber sido promovida y sea apoyada por compositores: Luis Ivars y Juan Carlos Cuello, como miembros de la rama musical en la Junta, deben exigir su derogación o marcharse si contribuyen a mantener el perjuicio. Y si derogada la norma se hace el ridículo nominando un minuto de música escrita 100 años atrás, como sucedió en la primera edición con El disputado voto del señor Cayo (86), pues que los votantes asuman las críticas, pero nada hay más injusto que ningunear las mejores aportaciones a la música de cine en nuestro país. La calidad importa, la cantidad es irrelevante.
Las normas están para ser cumplidas y en virtud de ello la breve pero fantástica aportación de Jusid, que lo eleva todo en sus minutos finales, se quedará sin el reconocimiento de una Academia que se supone debía celebrar y no castigar las mejores aportaciones. Pero es que además hay un doble rasero inaceptable: las normas de la Academia exigen a las canciones tener música y también letra, algo absolutamente razonable porque las canciones son canciones y los temas instrumentales no son canciones. Pero desde que Baños ganara el Goya a la mejor canción por la no-canción Sevillana para Carlos de Salomé (02) la Academia ha hecho la vista gorda y nominado a no pocos temas instrumentales que a lo más incorporaban voces pero sin letra ni palabras claramente entendibles. Y algunas así están esperando a ser nominadas este año... en cualquier caso, no es Jusid quien ha quedado descalificado sino la Academia y todos los que defienden una norma tan absurda.