Ayer falleció a los 85 años Angelo Badalamenti y la prensa lo recuerda como el compositor de David Lynch. Lo fue, y además fundamental para el director, pero también firmó otras bandas sonoras muy relevantes, aunque ese Badalamenti quedó eclipsado por el Badalamenti de Lynch. En cierto modo fue lógico que sucediera, como también había ocurrido con Nino Rota y su asociación a Fellini, muchísimo más popular que la que tuvo el compositor milanés con otros directores. Pero es una lógica que no responde solo a la cantidad de filmes que hicieron juntos o al prestigio de esos títulos (que también, en ambos casos): lo que ha hecho absolutamente excepcional la colaboración Lynch/Badalamenti ha sido, como con Rota y Fellini, la absoluta integración de la música del compositor en el Universo del director. Tal fue la simbiosis y sinergia entre ambos, un entendimiento mutuo para un propósito mutuo: crear películas únicas.
Es sabido que Lynch trabajó a disgusto con John Morris en The Elephant Man (80), le había sido impuesto por Mel Brooks y no se entendieron: Lynch llegó a estropear la película imponiendo arbitraria y desnortadamente el Adagio para cuerdas de Barber, en un despropósito que aún hoy perdura. El desastre comercial de Dune (84) fue épico, pero la música del grupo Toto sí evidenció una mayor coherencia de Lynch y, sobre todo, mostró algunos aspectos estéticos y dramatúrgicos que luego desarrollaría mucho mejor junto con Badalamenti, a partir de Blue Velvet (86) y desde entonces inseparablemente.
Sonoridades enigmáticas e indefinidas, alternadas con melodías sensuales e hipnóticas, serían parte del ADN de la música de Badalamenti con Lynch. El director además incorporó el diseño sonoro (suyo o de su colaborador Alan Splet) y lo fusionó con las músicas de Badalamenti, creando un todo absolutamente sensorial, físico y abstracto, en un maridaje música/sonido muy poco habitual y por ello tan característico. Lo mismo puede ser apreciado en otros filmes como Lost Highway (97) o Mulholland Drive (01), pero también en la espectacular música de la serie televisiva Twin Peaks (90), cuyo antológico tema principal, tan bello y a la vez tan desolador, era la puerta que daba paso a un mundo musical muchísimo más críptico y enigmático de lo que probablemente se recuerda.
Para muchos, The Straight Story (99) es la mejor banda sonora en el binomio, pero seguramente lo sea por tratarse de la más sentimental, agradable, hermosa de cuantas hicieron juntos: es intensamente bella, exenta de cualquier elemento turbador, y mostró una faceta melódica de Badalamenti que no había sido necesitada con Lynch pero sí demandada por otros directores: Paul Schrader en The Comfort of Strangers (90) o especialmente Jean-Pierre Jeunet tanto en La cité des enfants perdus (95, co-dirigida por Marc Caro) como en Un long dimanche de fiançailles (04). Todas, creaciones de gran calidad algo olvidadas -salvo para la afición- por la fuerte personalidad de las colaboraciones con Lynch.
Hay compositores cuyas músicas acaban formando parte de la esencia del cine de los directores con los que colaboran, y el cine de Lynch no se entiende sin entender la aportación de Badalamenti. Un compositor único.