En el cine música y sonido comparten espacio junto con los diálogos. Entre ellos hay cooperación y en no pocas ocasiones también rivalidad por imponerse, sea cual sea la razón, pero siempre será válido si resulta el mejor y más útil beneficio para la película. Tanto en forma de cooperación como de rivalidad son incontables las lecciones de cine, de dramaturgia y de narrativa que se han generado con el uso combinado de los tres elementos, o de dos de ellos si alguno no es empleado (en realidad son cuatro, si separamos sonido natural de los efectos sonoros) En cualquier caso, este es un asunto capital que requiere partir de la incontestable base de que los diseñadores de sonido no son simplemente técnicos sino creadores, que hacen cine desde la reproducción, manipulación o invención sonora, como hacen cine los compositores desde la música. A la competición sonora le he dedicado artículos (como el aquí enlazado) y he comentado en incontables ocasiones lo beneficioso que a veces es sacrificar el sonido en favor de la música o descartar la música para dejar en primer plano el sonido. Todo depende de lo que se quiera conseguir, transmitir o explicar.
En Tenet (20), como he argumentado en mi reseña, el maridaje música/sonido, su interdependencia, es aquí fabuloso, y lo es no por el volumen desmedido o por tantos momentos hiperbólicos sino por lo mucho que potencia la experiencia sensorial que propone. Es claro que los efectos sonoros son aquí absolutamente primordiales y que la música entendida como vehiculadora de emociones, dramaturgia o narración ni existe ni es necesitada. No es algo negativo per se, en absoluto, pues a lo largo de la Historia del cine hay abundantes ejemplos de escenas de películas donde los efectos sonoros se imponen en presencia y en relevancia a la música. Si en MundoBSO consideráramos este aspecto, mi valoración en la nota sería alta, porque efectos sonoros y música comparten misión bien cumplida y como tal se ha de aplaudir a Ludwig Göransson como co-creador y corresponsable del conjunto de la parte sonora. Pero no debemos perder la perspectiva ni olvidar que la música en el cine es mucho, infinitamente más que lo que se muestra en la película, y si el cine mainstream acaba renunciando a ella para convertirla en efecto sonoro y eso lo celebra la mayor parte del público puede que entonces la música de cine como modo de expresión emocional, dramática y narrativa acabe estando en vías de extinción, como venimos constatando cada semana en los comentarios sobre el libro de Stephan Eicke respecto al creciente rechazo por la música expresiva en Hollywood.
Quizás aquí esté justificada, pero es posible que tras el tremendo éxito de Tenet los productores, ejecutivos y directores en los blockbusters no quieran saber nada de las complejidades que tiene la música sutil, elaborada y narrativa sino imponer la que es ruidosa y vacía. Si se normaliza eso no tendremos a nadie que como en Tenet pueda viajar en el tiempo para reponerla en su sitio. Aplaudir y celebrar esta forma de hacer música acabará con la música de cine tal y como la entendemos, al menos en este tipo de filmes.