David Lynch, que falleció ayer a los 78 años, mostró y demostró como pocos que el audio de audiovisual no es un prefijo de apoyo y soporte a algo superior (lo visual) sino que forma parte indisociable del conjunto, de la creación cinematográfica en lo artístico, lo dramatúrgico y lo narrativo. No son muchos los directores que saben sacar provecho al diseño de sonido y el legado que deja en sus películas va a servir de aprendizaje para varias generaciones de cineastas.
El sonido y la música como expresión artística pero también como parte de la experiencia inmersiva que se ofrece a la audiencia fue determinante desde su primera película, Eraserhead (76), donde se ocupó de la música y el sonido y marcó la impronta que tan bien le caracterizaría en el resto de su carrera. Ese filme convenció a Mel Brooks para contratarle en The Elephant Man (80), de cuyo diseño sonoro también se hizo cargo -particularmente brillante es el prólogo- junto a Alan Splet, maestro este con el que colaboraría en más filmes pero fallecería víctima del cáncer en 1994, a los 54 años. Splet renunció a colaborar en Wild at Heart (90) por sobrepasarle la violencia en el filme, y de ella se hizo cargo Randy Thom, que define al director como el más difícil, extraño y dulce que he conocido.
Lynch comentó en una ocasión que a veces no es la película la que determina el sonido sino el sonido el que define la película, y eso quedó singularmente evidenciado en filmes como Dune (84), Blue Velvet (86) o más adelante en Mulholland Drive (01), por citar tres destacadas aunque en realidad se amplía a su obra completa. Con Lynch se evidenció que las películas se ven y se entienden mejor si también se ven y se entienden con los oídos. El sonido no es técnica, el sonido es creatividad artística.
Respecto a la música, John Morris fue una imposición de Brooks y la errónea decisión de Lynch de incluir el Adagio for Strings de Samuel Barber (lo expliqué en este vídeo) cercenó la que podría haber sido una obra maestra redonda y que quedó en la más común obra maestra. Pero ciertamente fue su alianza con Angelo Badalamenti la que forjó un binomio único, sólido, donde la música y el sonido -unidos o por separado- elevaron el audio de audiovisual a un estadio excepcionalmente único y singular, de fuerte personalidad y claramente identificativo. Lynch consiguió que los cinéfilos identificaran su sello autoral no solo por los aspectos visuales sino especialmente por sus decisiones auditivas. Y en ese ámbito, como en otros, fue único.