No son buenas personas las que disfrutan con el dolor y el sufrimiento ajeno, pero la profesión muchas veces les obliga a hacerlo. No hablo ni de torturadores con sus estudios y su licencia para ejercer ni de psicópatas cuyas madres son las últimas en enterarse del hobby favorito de sus amados niños. Hablo de compositores de cine, quienes según los casos resultan ser los más crueles e inmisericordes pero siendo a la vez bellísimas personas. Hay varias formas de hacer daño desde la música: el dolor del sentimiento que la música multiplica o el grito de protesta por la injusticia que es proclamado con ella son algunas, pero no podrían calificarse de acto de maldad el hacer uso de esta poderosísima herramienta para esos propósitos.
Sí sucede con el terror, género en el que se espera que el compositor ejerza profesionalmente la labor de torturador y convierta a su música en una vivencia insufrible siempre y cuando -requisito fundamental- sea capaz de someter a la audiencia al dictado de su música. Nadie va al cine a sufrir pesadillescamente, e incluso los que van porque les encanta la experiencia del terror y quieren divertirse buscan que les genere miedo, angustia, tormento, y es así cómo vehiculan su masoquismo interno. Además, en cualquier otro género la audiencia siempre estará a favor de la música, porque no le agrederá, incluso aunque sea intensamente dramática pues estará explicando algo con lo que empatizar, pero en el terror es enemiga y el compositor el psicópata encargado de lanzarla en contra de personajes y espectadores.
Pero el terror no es el único género donde los compositores pueden mostrar su lado más malvado (aunque sea impostado) De hecho, una de las bandas sonoras más dañinas de la Historia del Cine es, a mi parecer, la de Bernard Herrmann para Vertigo (58), que hace un par de días volvió a emitirse por La 2 de Televisión Española. Lo que hizo genialmente el compositor en la genial película de Hitchcock fue canalla, cruel e inmisericorde, y lo peor de todo (que es un modo alternativo de expresar que es lo mejor de todo) es que la hizo pasar por música romántica, y millones de personas creen genuinamnete que es romántica. ¡Incluso se llama Love Theme a lo que es de todo menos amor! Esa música es el amor proyectado que se transforma en el amor necesitado y finalmente en una condena que arrastra al protagonista a lo más patético: Scottie, el protagonista, era un tipo normal hasta que acaba por transformarse en un miserable que es capaz de anular por completo a una mujer, la ningunea, la destruye, la desprecia, para construir su particular Eva y entonces poder acabar lo que no pudo terminar con la que estaba viva, poseerla. La película de Hitchcock siempre me pareció durísima e inmisericorde, y la aportación de Herrmann monstruosa, en los dos sentidos. Le dediqué un vídeo de Lecciones de Música de Cine donde intento demostrar mi punto de vista.
No puedo creer que Herrmann no supiera que escribiendo sus notas musicales estaba infringiendo daño, como es evidente que el compositor que escribe para aterrorizar busca martirizar. Un buen compositor amigo mío dijo en una ocasión, mientras escribía una partitura de terror, que le estaba dando miedo a él mismo. Le dije que seguramente lo estaría haciendo mal: los torturadores con expedientes cum laude no sufren aquello con lo que hacen sufrir. Como decía Mae West, cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor. En la música de cine la maldad es, muchas veces, una genialidad.