La muerte ayer en Berlín del islandés Jóhann Jóhannsson, a la edad de 48 años, nos ha conmocionado. Las causas son aún desconocidas, pero lo que es desgraciadamente certero es que su fallecimiento cercena una trayectoria que, por su talento, auguraba bandas sonoras tan interesantes como personales.
Hace pocos días estuvo en Barcelona para ofrecer un concierto, aunque no de música de cine. No pude asistir, pero sí lo hizo nuestro amigo de Manu González, quien publicó una reseña sobre el evento en su web Blisstopic, a la que me remito. En la misma, González es crítico con el concierto de un compositor por el que expresa admiración, algo que yo también siento cuando pienso en su obra. Seamos claros, y sobre todo honestos: la muerte de un artista no hace buena a su obra, y Jóhannsson tiene obra para ser admirada, pero también criticada.
Desde su estreno, he sido inflexible en mis consideraciones muy negativas sobre su trabajo en The Theory of Everything (14), por la que fue nominado al Oscar. Una música preciosa convertida en infernal música de cine y sobre todo en muy peligrosa música de cine, por lo que tiene de destrucción del elemento narrativo que diferencia al músico del compositor/cineasta. Sobre esta banda sonora ya di cuenta en un capítulo de Lecciones de Música de Cine, titulado Un Universo en silencio, al que me remito. Probablemente él no fuera el resposable de semejante despropósito, pero el resultado siempre es indiferente al culpable, pues de una obra artística se trata.
Sus tres colaboraciones con el director canadiense Denis Villeneuve, Prisoners (13), Sicario (14) -también finalista al Oscar- y especialmente Arrival (16), mostraron a un compositor inteligente e interesante, no solo en lo que concierne a la creación de ambientaciones, que incluso es lo menos relevante. El elemento dramático que supo insertar en esos contextos en apariencia desoladores, destruidos, fueron las principales referencias que explicaron muchos de los comportamientos y actitudes de los personajes. Fue la suya una música críptica, poco ortodoxa sin duda, pero hecha desde el alma y desde la inteligencia, y que jugó siempre a favor de las películas. Aquí si había cineasta, y es el Jóhansson que, una vez desaparecido, más se va a echar en falta.
Un artista es atractivo si además da materia para debatir, reflexionar o hablar, y de Jóhannsson hemos hablado bastante. Al vídeo de Lecciones... le sumamos una explicación sobre su descalificación del Oscar por Arrival: ¿Por qué Arrival ha sido descalificada? y un editorial sobre su marcha de Blade Runner 2049, Hans Zimmer en Blade Runner. Tras su muerte cobra más valor el artículo en el Ágora titulado Aronofsky (y Jóhannsson) cambian música por sonido, en el que resaltamos, a propósito del filme Mother!, su integridad artística, cuando renunció a trabajar en la película al sentir que su música no la beneficiaría: Esta declaración de renuncia es tan honesta, elegante y profesional que forma parte de las enseñanzas fundamentales para todo compositor que quiera hacer cine y no parasitarse en él, escribí ahí.
2017 no fue un buen año para Jóhannsson, y 2018 ha sido el de su muerte. Le quedaba mucho por hacer, mucho por mostrar y mucho por construir. Se va un compositor diferente, en muchos sentidos único, y sumamente interesante. La vida no le ha concedido más tiempo para expandirse, y ha muerto precisamente cuando su nombre ya tenía garantía de cuando menos ofrecer al espectador una experiencia cinematográfica atractiva, inteligente, probablemente discutible, pero interesante. La vida no le ha concedido más tiempo, le deja con la apariencia de cineasta con obra inconclusa, y nosotros y el buen cine salimos perdiendo mucho con su marcha.