Una de las cosas que siempre le deberemos agradecer al Cine, aparte de que haya acogido a la música como un elemento de construcción, es que haya aceptado absolutamente todas las que existen, sea sinfónica clásica, moderna, barroca, jazz, rock, electrónica, experimental, minimalista, camerística, hecha con un solo instrumento o con cientos de ellos, estilos únicos o fusiones, mezclas, híbridos, sonidos integrados... todo ha tenido cabida. Es evidente que Blade Runner (82) podía haber tenido otro tipo de música, pero sería otro filme. Su electrónica no impidió que lo sinfónico siguiera sonando en las películas ambientadas más allá del Siglo XXI. El pop ligero de Butch Cassidy y Sundance Kid (69) no finiquitó la música coplandiana en el western, que ha seguido galopando a sus anchas por el cine de vaqueros. El jazz de Bernstein o de North no enterró el sinfonismo clásico de los Newman, los Rózsa, los Steiner o todos esos compositores que efectivamente mostraron recelo por la irrupción de ese nuevo estilo. Apuestas como la de Dunkirk (17) -incluso con sus fallas- han beneficiado y ampliado la música de cine, porque lo han hecho más ecléctico e interesante, incluso por la polémica. Pero Dunkirk no ha condicionado las futuras películas bélicas.
Por tanto, mientras no se evidencie que una música elimina a otra, en el cine sigue habiendo cabida para todas las que resulten útiles y generen algo positivo. Es cierto que Hans Zimmer y la música zimmeriana han generado un terremoto desde la sonora irrupción de Media Ventures al inicio de los noventa, pero a pesar de que algunas de sus bandas sonoras son de dudosa calidad o evidente clonación, el cine sigue dando cabida a excelentes creaciones, entre ellas también las aportadas por el propio compositor alemán o su entorno. Hay que tener presente que no es la música la que cambia el cine sino el cine el que cambia la música. Y a fecha de hoy ninguna ha sido desterrada. El problema no está en la música per se sino en quienes toman decisiones sobre ella, y en este punto reitero lo que escribí en aquella discusión en la que intervino -y me contestó- Hans Zimmer, y que comenté en un editorial: Ni Picasso, ni North, ni Fellini ni Vangelis han "matado" nada, han añadido. Han cambiado. Han ampliado. Y lo mismo Hans Zimmer. Dicho esto, Zimmer tiene obras más o menos interesantes, como cualquier artista, y lo mismo Djawadi, Badelt, o cualquier compositor, también Junkie XL. No están "matando" la música de cine, y de hecho en la confrontacion orquestal contra electrónica ¡hay TANTAS bandas sonoras pobres y sin interés actualmente! Hay TANTAS abejas haciendo LA MISMA miel en estos tiempos! (...) Lo que pone en riesgo la música de cine como forma artística es la propia industria, la presión insoportable sobre los compositores: plazos, presupuestos, productores o ejecutivos que creen que Bach es una marca de vino y que se sienten con el poder de decirle a un compositor cómo hacer las cosas.
La banda sonora de Zack Snyder's Justice League (21) está llamada a generar debate y quizás hasta polémica. Yo no tengo ningún interés en escuchar sus cuatro horas de música. Prefiero dedicarlas a Morricone, Goldsmith, Delerue o Williams. Pero las cuatro horas de película que ví ayer se me pasaron volando gracias también a una música absolutamente involucrada y responsable con el filme, con su estética y con su dinámica, por las razones que he expuesto en mi comentario de la banda sonora y que se resumen en que este no es un filme hecho para dejar volar libre a la música, para dejarla significarse sino para que apoye y ayude a otros elementos más prioritarios. Es una opción que suma porque es buena.