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UN DISPARO EN PIE PROPIO

17/05/2024 | Por: Conrado Xalabarder

Hay ocasiones que los directores se convierten en el peor enemigo de su película, la sabotean. Sea por desconocimiento del oficio o por errores estropean y perjudican a sus propios filmes, artística y comercialmente, al hacerlos menos brillantes, menos elevados, menos interesantes. Por otra parte, es oportuno recordar la cita del gran Korngold: La inmortalidad de un compositor se pierde en el camino entre la sala de grabación y la de sonorización. Y de montaje, añado yo. Pero esto no va de defender la inmortalidad de la música sino la de la película, pues ella también puede sufrir pérdidas en el camino entre la sala de grabación, la de sonorización y la de montaje.

He podido ver, con retraso por causas ajenas a mi voluntad, la película de Benito Zambrano El salto (24), con música de Pascal Gaigne. Tenía muchas ganas porque me interesa siempre ver (sobre todo ver) lo que aporta su música -como la de otros compositores- a la dramaturgia y narración. Rarísimas veces escucho antes la música: prefiero que mi primer contacto sea en su campo de acción y actuación, y no he hecho excepción. Resumidamente: ha sido hasta hiriente, han destrozado su música y han dañado la película con una de las más bochornosas mezclas que he visto en mucho tiempo. Un ejercicio de prácticas que a lo más rascaría el aprobado justo en el primer curso en la ESCAC o en la ECAM. No, por supuesto que no se trata de que la música esté en primer plano siempre, liderando. De hecho durante la primera media hora, quizás algo más, todo va estupendamente: la música en el background avanzando, en pista de despegue para elevarse y dejarse ver cuando fuera necesitada en el foreground. Pero nada de eso pasa y vuela baja, en volumen estancado, monótono, con todo su potencial diluido, invisibilizado e inexpresivo, sus colores agrisados y su emotividad aplanada y aplastada por un pésimo equilibrio y peores decisiones en la competición sonora, que es la Biblia del cine bien hecho desde la parte audio (que no es un prefijo sino parte del todo) de la palabra audiovisual.

Obviamente no es culpa de Gaigne, que ha aportado puro caviar, sino de Benito Zambrano, que lo ha desperdiciado por completo. Sobre la música de Gaigne publicaré mis consideraciones el lunes, pero ya adelanto que es del todo exquisita: está en la película, puede verse y evidenciar la inteligencia, profundidad y compromiso de su aportación. Puede verse y evidenciarse si, como yo hago siempre, se ve en lugar de escucharse, pero dado que la audiencia no ve sino escucha nada de lo mucho que podría sumar logra sumar porque apenas nada se escucha. La música está disponible en Spotify, donde puede apreciarse en su artesanía y finezza. Sobre sus líneas dramatúrgicas y lo que podría haber aportado -muy evidenciado en la música- me extenderé en mi reseña del lunes.

Destrozar así el potencial de la música no es la primera vez que pasa y pasará más veces, como hemos comentado en varias ocasiones. Es una desgracia que aún haya directores que recelen de la música, que ni la comprendan ni sepan aprovecharla, que tengan esa estúpida idea de que la necesito pero no quiero que interfiera en mi película, como si la música no fuera también la película o si lo es subsidiaria y de apoyo. Directores que no han entendido nada el cine de Truffaut, quien salvo en sus tres últimos filmes en todos los que hizo con Delerue la música era su segunda voz en off, o Victor Erice, del que he publicado cuatro vídeos en los que explico, muestro y demuestro que, con aciertos y desaciertos, no le tenía recelos a la música, la dejaba respirar y volar para que (el resto de) la película respirara y volara y sobre todo se explicara mejor.

¿Para hacer esta chapuza quería Zambrano a Pascal Gaigne? Más le hubiera valido haber buscado un compositor mediocre, uno vulgar cualquiera. Culpa también de los productores: si alguien está estropeando la música en un producto que cuesta millones, sería buena idea retirarle el control. Salvo que no se sea Coppola y se pague de su propio bolsillo su Megalópolis. Porque, al final, si por una pésima mezcla se priva a la audiencia de escuchar bien lo que el director quiere explicar desde la música (su voz en off) o de generar inmersión en las tensiones y las emociones entonces la película generará más indiferencia, un olvido más rápido y finalmente menos audiencias. Un disparo en pie propio.

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