Fernando Velázquez es un compositor hiperactivo, muy importante en nuestro cine, es bueno y es inteligente, pero por alguna razón parece que hay proyectos en los que trabaja a desgana, en piloto automático, cumpliendo con los mínimos -a veces, ni eso- y haciendo lo que podría ser tolerable en principiantes pero que resulta inaceptable en alguien con su talento y experiencia. Esto es lo que pienso tras haber visto -con muchísimas ganas, porque siempre tengo ese ánimo ante un nuevo Velázquez- la serie televisiva de ocho horas El inocente (Netflix), dirigida por Oriol Paulo. Su abundante música es pura irrelevancia, y en Velázquez la irrelevancia supone la nada más absoluta. Son ocho horas seguidas sin ni una sola idea, ni un solo momento, ni un trazo que pueda merecer ser significado: por un lado música para la tensión y el suspense repetida una y otra vez casi en loop que solo empapela las escenas, y por otro música dramática que, por ser más expuesta por su mayor compromiso, lleva a una eclosión final mediocre y penosa. ¿Ocho horas para llegar a este vuelo tan bajo?
En lo que a mi concierne, El inocente es lo peor que ha hecho en toda su carrera, y eso teniendo presente que ya cuenta con un puñado de obras de poco o muy poco calado. También para la televisión, Patria es también una obra fallida que comienza a perder fuelle a mitad de la trama, pero al menos es estimable en muchos aspectos y muy defendible en alguno, como por ejemplo en el adn de su magnífico tema principal. Ciertamente Velázquez tiene mucha más experiencia en el cine que en series televisivas, y es importante especificarlo pues no es lo mismo contar una historia con la música o elevar un arco dramático solvente para dos horas que para ocho o más.
Categóricamente afirmo que no es problema de falta de talento del compositor, y espero no levantar el telón del consabido teatro melodramático de caza de brujas o victimismos varios y estúpidos: Fernando Velázquez tiene obras estupendas, ha ganado dos veces el Premio MundoBSO a la Mejor Banda Sonora Española y ha tenido otras siete nominaciones, la última este mismo año por Hil Kanpaiak (20), sobre la que creo nadie más ha escrito y que es uno de esos lienzos llenos de inteligencia (en este caso bien poco comercial) que justifican y explican que siga teniendo interés en cada nueva obra suya. No, no es problema de falta de talento, pero tampoco voy a aceptar como justificación el exceso de trabajo que conlleva prisas y poco tiempo para reflexionar, porque en estos tiempos trabajar es estupendo y trabajar muchísimo lo es todavía más, así que yo celebro que Velázquez -que conoce bien lo que son las travesías en el desierto, aunque ya le queden muy lejanas- trabaje mucho, si bien ciertamente trabajar mucho genera ganancias pero tiene sus costes. No sé si ese es el problema que le lleva a no saber acabar bien Patria y a firmar algo tan espantoso como El inocente, pero hay otros compositores que completan de maravilla largas horas de series y Velázquez no es un principiante como para que se le pueda tolerar una creación tan vacía. Sea por apatía, sea por falta de propuestas e ideas, o sea por obediente cumplimiento de propuestas e ideas no contraargumentadas, su firma aún tan respetable puede perder valor y acabar siendo una de tantas firmas de igual trazado, de similar rúbrica, la de cualquier compositor funcional y despersonalizado.