La muerte ayer en Roma de Luis Bacalov, a la venerable edad de 84 años, pone de luto a la buena música de cine en general y al cine italiano en particular. Nacido en Argentina, en 1933, había emigrado primero a Colombia, luego pasó un año en España y tras una breve etapa en París se instaló en Italia a finales de los cincuenta, ya de modo definitivo. Allí comenzó a trabajar como arreglista para la RCA Italiana (donde compartió trabajo e inició amistad con Ennio Morricone) y enseguida fue reclamado para hacer cine.
Más de ciento cincuenta películas y trabajos televisivos dan cuenta de su prolífica trayectoria, pero Bacalov fue un compositor poco conocido y menos reconocido, a pesar de que por una de sus primeras películas, Il Vangelo secondo Matteo (64), de Pier Paolo Pasolini, recibiera una nominación al Oscar, o a pesar también de haber trabajado con Federico Fellini en La città delle donne (79). El gran público no sabría de él hasta que consiguiera la estatuilla por la música de Il Postino (95), que se hizo extraordinariamente popular, factor este que fue seguramente el determinante para superar en votos nada menos que a Braveheart, de James Horner. La película de Michael Radford le hizo conseguir también su primera candidatura a los premios David Di Donatello, que llevaban veinte años concediéndose en el apartado musical y que hasta ese momento le habían ignorado por completo, a pesar de la excelencia de muchos de sus trabajos. Sería el Oscar pero también Quentin Tarantino quien colocaría su nombre en el puesto merecido gracias a la inserción en las dos entregas de Kill Bill (03-04) y en Django Unchained (12) de sus músicas para Django (66) y para Il grande duello (72), que lograrían amplia y merecida aceptación entre el público cinéfilo más joven.
Pero Bacalov es mucho más que esas contribuciones al western, magníficas por otra parte. Firmó obras dramáticas de exquisitez melódica e intensidad emocional como Una questione d´onore (65), A ciascuno il suo (66), Coup de foudre (83), Ilona llega con la lluvia (96) o La tregua (96), obras que ningún aficionado a la música de cine debería dejar escapar, al igual que sus películas españolas Un verano para matar (72) o Un hombre llamado Noon (73).
En su legado no puede destacarse ninguna banda sonora que pueda destacarse en una lista de las veinticinco o cincuenta mejores creaciones de la Historia, y es cierto que en su extensa filmografía se encuentran no pocas obras menores, de relleno y alimenticias. En su carrera faltó, además, alguna película de éxito internacional, al menos hasta Il Postino. Pero no fue un compositor secundario, sino relevante, estimable y estimado, que formó parte de una generación insigne de compositores de primera, muchos de ellos ya desaparecidos. Y su música, lo que es seguro, no morirá con la marcha de este italiano de la Argentina.