Hubo una época en la que contar con Ryuichi Sakamoto en la banda sonora de una película daba pedigrí y prestigio, era un sello de distinción, gustaba a cinéfilos y no cinéfilos y sus muchos seguidores en el ámbito musical felicitaban al cine por contar con él. Hubo un tiempo en el que tener su firma era cool, pero ese tiempo ya quedó atrás.
Sakamoto fue lo más en los ochenta y principios de los noventa, gracias a su doble presencia (como actor y compositor) en la celebrada Merry Christmas, Mr. Lawrence (83), a su triple colaboración con Bernardo Bertolucci (que le reportó un Oscar) o a títulos diversos de Oliver Stone o Brian De Palma, entre otros. Fueron tiempos de muchísimo éxito -y muy bien merecido- en el cine pero también fuera de él. Probablemente Pedro Almodóvar no fuera el único que quiso tener su firma, como la que ya había conseguido de Ennio Morricone, pero vistos los resultados parece que Tacones lejanos (91) fue más un fichaje por márketing que por pretensiones artísticas. Sakamoto lo lamentó en una entrevista: Me arrepiento del trabajo que hice para él. No pude satisfacerle porque mi música no capturó el espíritu de España y de Madrid lo suficiente. Por eso él sustituyó la pieza introductoria que yo había compuesto por Sketches from Spain, de Miles Davis. No me quejo. Él tenía razón.
Es probable, y sería razonable que así fuera, que esté lamentando haber participado en dos películas recientes que he reseñado esta semana: Minamata (20) y Beckett (21): en la primera por haber escrito una buena música desperdiciada en un muy mal filme y en la segunda por haber creado el peor trabajo para el cine de su carrera, desde la perspectiva cinematográfica pero también musical. En ambas está donde deberían haber estado compositores sin su bagaje ni renombre, cumplidores y poco más. Pero estando, también se desprestigia. Es probable que, como pensaba Norma Desmond, no sea él quien se haya hecho menos grande sino que sea el cine el que se haya vuelto más pequeño. Pero cuando se es Sakamoto, no se pasa hambre y se trabaja con dos directores que deberían besar el suelo que pisa, se pueden imponer condiciones o decir que no a determinadas decisiones. Es verdad que nada podría resucitar Minamata y es lamentable ver su talento en un filme que no lo merece, pero desde luego el compositor sí debía haber evitado trabajar en la vergonzante Beckett o al menos haber puesto (e impuesto) música de calidad y especialmente de inteligencia. Estos son Sakamotos que muestran la sombra de la luz de quien fue en su tiempo una estrella brillante. Si este fuese el final de su carrera sería un canto de cisne muy lamentable, y digo esto sin olvidar ni desconsiderar ni por supuesto referirme a sus problemas con el cáncer sino estrictamente a su trayectoria en el cine.