Hoy se estrenan dos filmes que son polos opuestos en lo musical y que a su vez son opuestos a lo usual en el cine: uno por no tener necesidad real de música y el otro por explicarse con música que no es real. El primero es Der Hauptmann (18) cuya banda sonora firma Martin Todsharow. Basado en hechos reales sobre el siniestro soldado nazi Willi Herold, El verdugo de Emsland. Es un filme que cumple lo de que la realidad supera a la ficción y dista de ser perfecto, pero es un filme notable sobre el Homo homini lupus: un jovencito, que podría parecer tierno corderito obligado a luchar en las filas alemanas (un futuro Papa Benedicto y todo, si se entiende lo que quiero decir), huye del frente como tantos desertores. Pero encuentra un traje de un capitán y cuando se lo pone, se transforma, literalmente, en una bestia sin valores, depravado... el corderito es ahora lobo que además no va a devorar corderos sino a otros lobos: nazis contra nazis. La catarsis total. El filme, en blanco y negro, es relatado sin que apenas haya música, salvo en los créditos finales (que contienen un estremedecedor mensaje nada subliminal que aquí no desvelaré) Fuera de esos créditos finales la poca que hay es una música electrónica de la muerte, que se destina a generar una sensación de toxicidad, de incomodidad, opresiva y desagradable, en base a un sonido muy insistente, obsesivo. Pero es una música no narrativa y realmente el filme no la necesita, en ningún sentido: sin ella, se explicaría perfectamente.
La música en el cine dramatiza, ficciona y ayuda a meter al espectador dentro de la película, pero hay ocasiones donde su presencia no es necesaria, principalmente por razones de mayor realismo, aunque no son las únicas razones. Esta película podía haber tenido una estupenda banda sonora de John Williams, que daría lugar a una estupenda película... pero no sería la misma película; en esta la música está muerta y la película, con ello, resulta bien intensa y viva.
La segunda película es La aparición (L'apparition, 2018), en el que una música bien viva ayuda a revivir y revitalizar el filme... lo normal en el cine si no fuera porque, en este particular caso, ¡la música es de un compositor muerto!
Un periodista es solicitado por el Vaticano para que investigue la veracidad o no de una aparición mariana en un pueblecito del sur de Francia: ¿será verdad, será un montaje para hacer negocio con los muchos peregrinos? Es un filme que creo que se ahoga en sus propias pretensiones, es excesivamente largo, con bajones y aunque tiene momentos lúcidos, estos no duran. En el momento de la resolución (que no desvelaré), cuando se está a punto de descubrir la verdad hay una segunda aparición, esta vez de certeza indudable: Georges Delerue, el compositor que regresa del mundo de los muertos (falleció en 1992) para aportar luz y vida a una película que en ese momento se ilumina y se eleva. Es una música (la que adjunto en este editorial) que ciertamente resulta metida un poco con calzador y es algo impostada, como suele pasar con música preexistente que ni tiene el pulso ni el ritmo ni siquiera el aliento y color del resto del filme, dado que el compositor no ha formado parte de su construcción, pero aún así impacta. Naturalmente podía haber sido hecho con música original, y el compositor afortunado escrito una partitura narrativa completa, para todo el filme, pero no ha sido la opción escogida.
Es curioso y llamativo que en el mismo día llegue a nuestros cines una película donde un compositor vivo escribe música muerta y otra donde de un compositor muerto se rescata una música bien viva. Curioso y hasta poético.