La jornada del viernes en el décimo Festival de Música de Cine Fimucité arrancó para mí con la primera de las dos partes de la charla de Richard Bellis dentro de las actividades de la Academia Film Scoring, en el Aula Magna del Conservatorio de Santa Cruz. Bellis es compositor ganador de un Emmy, es docente y es autor del libro The Emerging Film Composer, un imprescindible manual no tanto enfocado hacia el aprendizaje en la composición para el cine como una gran ayuda para saber moverse en el medio, con serenidad y haciendo frente a los numerosos retos y complicaciones. Es, además, un hombre al que admiro y aprecio en lo personal -somos amigos- pero especialmente en lo intelectual y es de las pocas personas que, si me preguntasen, recomendaría vivamente no perder de vista pues, a mi entender, Bellis aporta claridad allá donde tantos se mueven entre tinieblas.
Tenía muchas ganas de escucharle, puesto que está dando este tipo de conferencias por el mundo entero. Soy, y quien me conoce lo sabe, enemigo acérrimo de la adulación, que es la mayor falta de respeto que nadie puede recibir, por lo que tiene de poco honesto, aunque no son pocos los que se aferran a ella y la aceptan de buen grado allá donde tan generosamente es regalada, como en redes sociales o en otros sitios.
Explico esto porque si digo que lo que explica Bellis es fantástico es porque verdaderamente creo que lo es. Pero escuchándole ayer con máxima atención surgieron serias discrepancias con su punto de vista que necesariamente debo comentar. Son discrepancias por supuesto intelectuales, de razonamiento, de concepto, de esencia, incluso de enfoque. Por supuesto discrepancias que no me hacen desconsiderarle sino bien al contrario respetarle aún más, porque es un intelectual que suma conocimiento al conocimiento sobre la música de cine. Pero he encontrado en su discurso algunas blasfemias y herejías -permítanme plantearlo teatralmente- que deben ser combatidas dialécticamente, sin dramatismos, pues lo grandioso de la música de cine (del audiovisual en general) es que tiene sobrada entidad para ser objeto de discusión y de reflexión no necesariamente emocional.
Ayer salí de su charla con ganas de redactar ya mi auto de fe, y de hecho comencé a escribir el editorial de todos los viernes en MundoBSO. Pero hoy Richard Bellis tiene la segunda parte de su charla y creo que lo justo y lo respetuoso es acabar de escucharle para poder posicionarme. Por ello he aplazado el editorial, que escribiré en cuanto pueda (los festivales le dejan a uno poco tiempo para estos menesteres), pero avanzo aquí el título que de momento va a llevar: El cineasta total. Allí me explayaré.
La otra gran actividad del día fue, naturalmente, el concierto, que con el título Space Opera incluyó un repertorio de bandas sonoras espaciales, tanto de cine como de televisión. El Auditorio de Santa Cruz de Tenerife, con sus formas de nave espacial, la iluminación y algunos efectos adicionales contribuyeron a crear el clima adecuado, y el público (lleno casi total) respondió calurosamente a la propuesta. Antes de emprender este viaje musical se concedieron los premios que el festival otorga en su sección Fimucinema, y entre los galardonados, algunos amigos de MundoBSO: Iván Ruiz Serrano (mejor música de largometraje por El destierro), Mathieu Alvado o Jonay Armas.
Luego subieron al escenario Oscar Navarro (Sueños de sal) y Federico Jusid (Carlos, rey emperador) a dirigir sus exquisitas músicas como parte del premio recibido por la crítica de música cinematográfica española, en los que por cierto MundoBSO no participa. Afortunadamente para Jusid, al menos: no podemos compartir -nuestros criterios son conocidos e inamovibles- que se premie una maravillosa música luego destrozada en su montaje televisivo. No deben darse por buenos y con premios resultados desastrosos, porque se avalan. Pero de esto hablaré en algún ágora.
El concierto Space Opera fue notable en términos generales e irregular en algunos momentos concretos. Fue, como no podía ser de otra manera, ecléctico y también fue dinámico, con obras tan variadas como Dune, Lost in Space, The Fifth Element (una de las mejores piezas de la noche, con soprano), Interstellar, Doctor Who, Gravity o una suite con un pupurri de Star Trek (el programa completo, aquí). Las batutas de Christian Schumann, de Diego Navarro y de Lolita Ritmanis, así como el Tenerife Film Choir y los Coros de Voces Blancas del CPM de Santa Cruz de Tenerife sumaron mucho a un total que, aunque resultó algo largo y con algún bajón, fue un buen espectáculo. Esta noche toca Howard Shore, en un concierto que promete ser aún más galáctico.