En el estupendo western Little Big Man (70), de Arthur Penn, Dustin Hoffman encarna a Jack Crabb, un más que centenario anciano -¡121 años de edad!- que relata a un periodista todos los acontecimientos sucedidos en su prolongada e intensa existencia. La película, como otras similares, tiene un bello aroma de nostalgia y de despedida, la de un hombre que quiere dejar testimonio de su paso por la vida antes de morir y que ha encontrado a quien poder explicárselo. Ciertamente un poco a modo de dictado, pero también con la empatía que genera la complicidad afectiva y el saber que quien toma nota está sinceramente interesado. Algo muy parecido (salvo que con una edad comparativamente juvenil) pasa con Ennio Morricone en el libro que la editorial Malpaso acaba de publicar traducido del italiano, Ennio Morricone. En busca de aquel sonido: Mi música, mi vida. Es una extensa conversación que el compositor ha mantenido con un joven colega, Alessandro De Rosa, nacido en 1985.
De Rosa explica que su primer contacto con el compositor romano fue en cuanto supo que estaba dando una charla en Milán, donde el joven vivía. Quiso llevarle una música que había compuesto para que le diera consejos. Pero llegó tarde a la conferencia y solo pudo escuchar la última pregunta de alguien del público:
-¿Qué piensa usted de los nuevos compositores?
Depende, me mandan muchos cedés a casa, normalmente los escucho unos segundos y luego los tiro a la papelera.
Esa respuesta no fue muy alentadora pero se lo pidió. Morricone no se mostró muy entusiasta (un aspirante más, debió pensar) aunque tuvo el detalle de llevarse el CD. Y al cabo de unos días le llamó. Y a partir de ahí... hasta este libro, cuyo comienzo no puede ser más fascinante: la conversación arranca con una partida de ajedrez. Pero en este editorial no voy a comentar el libro, porque además tan sólo he leído las cincuenta primeras páginas: en su primera parte habla mucho de su experiencia como autor y arreglista de música comercial, cita muchos títulos de canciones que desconocía y el escucharlas demora la lectura, aunque también la hace más fascinante. Todo se pincela con anécdotas, algunas memorables, entrañables, muy italianas, como por ejemplo lo que solía sucederle al gran director de orquesta Francesco Ferrara, con el que grabó varias bandas sonoras: la primera vez que trabajaron juntos Ferrara se enfadó mucho porque las cosas no salían bien, y como no le dejaron desahogarse del enfado pasó a encontrarse mal y finalmente a desmayarse. No fue algo puntual: en todas las ocasiones que colaboraron, si en sus enfados (habituales) no le dejaban desfogarse, se desmayaba, así que Morricone entendió que la mejor manera era darle todas las facilidades para que sacara de encima su mal humor y poder seguir trabajando.
Anécdotas como esta le dan al libro un añadido mágico, hermoso, muy cinematográfico (pensando en los síncopes de Ferrara pienso en Monicelli, en Dino Risi, en Fellini, en lo grande que ha sido siempre el cine italiano!), pero son también un contrapunto a comentarios más serios, que deben ser considerados para la reflexión. Por ejemplo, comenta Morricone que:
El compositor de música aplicada, además de escribir música adecuada al contexto de uso, debe ser capaz de "sintonizar" con la frecuencia del pensamiento del director, sin olvidarse de sí mismo ni de las expectativas del público... también para poder contradecirlas en un momento dado.
En pocas palabras se dice y se cuenta mucho, y daría para un largo debate, que es lo más apasionante. Así, por el contexto de uso de refiere la funcionalidad en la película; por la frecuencia del pensamiento del director, hace referencia a que el compositor debe entender lo que necesita/quiere/pide el director. Y además sin necesidad de perder la propia identidad como compositor (sin olvidarse de sí mismo) y teniendo como objetivo darle lo mejor al espectador (las expectativas del público). Todo esto es algo que forma parte del oficio del compositor cineasta, resumido de modo espléndido.
Pero va más allá, porque la parte más importante, en realidad, es la última: poder contradecirlo todo en un momento dado. Por ejemplo, para imponer criterios mejores que los del propio director. Cuando he escrito en incontables ocasiones que el compositor de cine debe ser también cineasta, y que aquél compositor que no propone es el compositor que obedece me refiero exactamente a lo que aquí Morricone avala: si el compositor tiene mejores ideas, debe tratar de imponerlas, y el director debería asumir la obligación de escucharlas, y la inteligencia de aceptarlas (si efectivamente son mejores). Me remito, para sustentar esto, a dos editoriales que escribí: El cineasta total y Entre esclavos y espartacos, pero tengo muchos más textos defendiendo esto que Morricone explica tan genialmente bien en un solo párrafo. Y además lo ha puesto en práctica: explica que Sergio Leone quiso imponerle en Per un pugno di dollari (64) un tema de Dimitri Tiomkin para Rio Bravo (59), algo a lo que se opuso categóricamente. El director no cedió y el compositor le dijo que si seguía con esa idea, dejaba la película (y yo no tenía ni una lira en el banco, explica). Al final Leone aceptó, aunque con muchos temores, y el resultado fue que la película mejoró con la idea del compositor. Hablando de esta banda sonora, el comentario de Morricone es apoteósico: todavía hoy considero aquellos temas entre los peores que he escrito para el cine.
Naturalmente, no se le puede pedir a un compositor que se la juegue al todo o nada en su enfrentamiento con el director (porque las tiene todas para quedarse con el nada), pero ese párrafo debería ser memorizado como el Corán en las escuelas de cine donde forman a directores (y productores) de cine. Si lo comprendieran -muchos no lo hacen, pero también sucede entre los propios compositores- todo iría mucho mejor.
Esta semana hemos comenzado en el Ágora (categoría Crónicas) a desmenuzar los vídeos que conforman el curso Hans Zimmer Teaches Film Scoring. No tanto para explicar pormenorizadamente lo que se cuenta en ellos sino para comentar lo que el propio Zimmer explica. Como indiqué en la primera entrega de esta serie de artículos, empezamos de cero e iremos publicando nuestras impresiones según los veamos. Con el libro de Morricone voy a hacer lo mismo. Este es un libro que recomiendo encarecidamente adquirir porque no es una visión, reflexión o estudio externo sobre el autor, sujeto a interpretaciones subjetivas y quizás erróneas, sino que es completamente orgánico y testimonial: es una explicación en primera persona de alguien que es interesante, apasionante y vital para entender el Séptimo Arte. Es un gran viaje de alguien que, como el Jack Crabb de Little Big Man, tiene mucho que contar. El propio Morricone afirma en el prólogo que sin el menor género de duda, se trata del mejor libro que versa sobre mi, del más auténtico, del más detallado, del más cuidado. Del más verdadero.
Este es solo el comienzo del gran viaje de Ennio Morricone del que en MundoBSO daremos cuenta para comentar, celebrar y sobre todo meditar. Apasionante, absolutamente apasionante.