Una anécdota apócrifa sobre Salvador Dalí cuenta que una millonaria norteamericana contrató sus servicios para que pintara y decorara la habitación de su difunto marido. Dalí la pintó y decoró toda (paredes, cortinas, cama, sábanas, muebles, suelo, techo, lámparas...) en absoluto negro. Al verlo, la millonaria se disgustó, pero entonces el genial ampurdanés señaló a una esquina inferior y le dijo: Usted lo que quería era eso, y ahí lo tiene. Era su firma en blanco reluciente y bien visible.
En el cine también sucede que para prestigiarse o para significarse se acude a firmas de relevancia para que colaboren en la película. A veces los resultados son espectaculares, pero otras veces no tanto, y en algunas ocasiones acaba siendo poco menos que un desastre. Hoy se estrena La reina de España, de Fernando Trueba, que entra en esta última y desgraciada categoría. Desgraciada además en sentido literal, pues es un comedia con escasa gracia, empeorada por una música sin ninguna. La banda sonora del polaco Zbigniew Preisner viene a ser como la gran firma de color blanco, aunque en esta ocasión la habitación negra (película) lo ha sido mas por la impericia de un director incapaz de abordar seriamente la comedia que del compositor, aunque no se le puede eximir de responsabilidad por el ridículo hecho. A diferencia de la millonaria norteamericana, parece que lo único que le ha interesado al director madrileño es tener la firma pero no la música del compositor, o al menos no ha sabido qué hacer con ella en su película.
Las razones del fracaso de esta creación musical se explican en la reseña que hoy mismo he publicado, y todo tiene la apariencia que Preisner se ha vendido como un mercenario musical para complacer a un director y sus ganas de tener a sus órdenes al autor de la trilogía de los colores y de tantos títulos célebres de Krzysztof Kieslowski, pero Preisner no sale mejor parado si todo lo que le ha importado de esta película ha sido que era dirigida por el ganador de un Oscar, o los honorarios percibidos. Su creación musical es, a mi juicio, lo peor que ha hecho nunca en el cine, y el ridículo profesional es, también a mi juicio, monumental.
Aunque no con resultados tan lamentables, algo parecido pasó el pasado año en el filme La novia, con la poco sustativa música de Shigeru Umebayashi, o tiempo más atrás con Pedro Almodóvar y sus colaboraciones con Ennio Morricone en Átame! (89) o Ryuichi Sakamoto en Tacones lejanos (91), operaciones todas cercanas al quiero tener caviar en mi película, aunque no sepa qué hacer con él. Porque no es que se quiera tener al compositor como Truffaut o De Palma quisieron a Herrmann para incorporar en sus filmes la musicalidad Hitchcock, por ejemplo, sino que se le trae a los créditos para exhibirlo como trofeo, un esnobismo que acaba por ser muy paleto, cuando los resultados artísticos conseguidos con ese fichaje están muy por debajo de los habituales en el compositor. Cierto es, también, que Trueba no es ni por asomo Truffaut o De Palma, por lo que tampoco podían esperarse grandes decisiones musicales de él.
No estoy defendiendo que Trueba o quien sea tengan que contratar a compositores españoles, pero sí que se haga algo respetable y digno con la música, porque no basta con tener a un compositor de firma reconocida para crear una buena banda sonora si todo lo que este acaba haciendo es lo de Salvador Dalí. Aunque sea muy cool y contar con él haga parecer el filme más interesante, el ridículo es todavía mayor. También para el compositor.