Estos días ha comenzado el tutorial online de Hans Zimmer, alrededor de treinta vídeos donde el compositor anuncia que enseñará las claves para ser compositor de cine. La promoción ha sido un éxito: más de 10 millones de reproducciones del trailer en Facebook, compartido setenta mil veces. Cuando el curso esté algo más avanzado publicaré mis impresiones. Paralelamente, también en Facebook, circula un anuncio sobre un curso con oferta muy tentadora: "Aprende a componer bandas sonoras de forma sencilla y efectiva (...) aprende a crear tus propias bandas sonoras tal y como lo harían John Williams o Hans Zimmer". La propuesta milagrosa (¡en 150 horas puedes ser John Williams!) se remata con frases sin desperdicio:
Aparte de estas estupideces que muestran el grado de desconocimiento no solo sobre el rol de la música en el cine sino sobre lo que es la música, la composición y la dirección de orquesta, es significativo que quien oferta esta formación no tenga experiencia alguna en el medio audiovisual, al menos no consta ninguna en la página web donde aparece su docente. No quiero calificarlo de estafa porque la ignorancia puede tener buenos propósitos, aunque parece obvio que quien quiera recibir formación elegirá antes -si las tarifas se lo permiten- el curso de Zimmer que no este método rápido para ser Hans Zimmer, porque poca instrucción es tan buena como la del zapatero al aprendiz (si se sabe explicar), o la de quien, no siendo zapatero, aporta conocimientos sólidos. Pero es importante indicar que el curso de Zimmer no es una panacea y será con seguridad insuficiente, como insuficientes lo son todas las ofertas formativas que existen sobre composición para el cine. Esto es algo que es fundamental entender y asumir, para así buscar dónde y cómo rellenar los huecos que quedan sin cubrir en la formación adquirida, lo que debería ser una constante en quien quiera dedicarse a esto. Aprender a hacer música para el audiovisual no es como memorizar docenas de extensos temarios para ser notario sino tener la capacidad de dar respuesta rápida y competente a las demandas de una película, que siempre son distintas. Lo he dicho muchas veces y lo insisto ahora: el compositor que no propone es el compositor que obedece, y para proponer hace falta tener conocimiento. Salvo, claro, que uno se conforme con asumir el rol de obediencia y sumisión, sin capacidad de ofrecer alternativas que puedan mejorar la película.
¿Hace falta recibir formación específica para componer para el cine? Si es así, me pregunto dónde estudiaron música de cine Ennio Morricone, John Williams, Alberto Iglesias o tantos otros cineastas. No la estudiaron: aprendieron y se formaron trabajando en filmes, probando, experimentando, equivocándose... Iglesias se pasó toda la década de los ochenta haciendo películas de las que nadie se acuerda y cuyas músicas nadie conoce. Con el tiempo, una estupenda pista de despegue y terreno de aprendizaje.
Hace casi un año publiqué el editorial Saber comenzar, cuyo contenido sigue vigente, y hoy intento dar respuesta al cómo y dónde formarse. El método Iglesias -por llamarlo de alguna manera- supone en primer lugar tener películas en las que poder trabajar, y eso no es fácil. Pero también impone paciencia, constancia, calma y ser adicto al esfuerzo, lo que en estos tiempos acelerados es aún menos fácil. Pero sobre todo requiere tener vocación de aprender, una necesidad íntima que se impulsa más desde la insatisfacción que desde la autocomplacencia. ¿Por qué quieres ser compositor de cine? Si tu respuesta es porque quiero poder pagar la hipoteca o porque quiero ser cineasta, entonces sé bienvenido al club.
Pero si tu respuesta es quiero ver mi nombre en créditos, no creo que estas líneas te vayan a interesar demasiado. Hace unos años, en el extinto Festival de Música de Cine de Córdoba los responsables de Berklee Valencia presentaron a una docena de sus estudiantes licenciados y entre grandes elogios (son el futuro inmediato de la música de cine, etc) mostraron sus trabajos de final de carrera. Lo que vi fue un horror, un no tener ni remota idea de cómo intercomunicar la música ya no con un personaje (visto lo visto era pedir demasiado) sino con el propio montaje, o con la mera imagen, imantarse de su color, moverse a su ritmo, etc. No había sinergia alguna, todo era pura exhibición de habilidades orquestales pero con una completa falta de respeto a la propuesta visual. Una serie de ejercicios pésimos de empapelador, ni eso se hizo bien. Hablé con ellos y les pregunté qué películas habían visto de Morricone, o de Goldsmith, o de Delerue, que les hubieran servido de formación. No tenían ni idea de lo que les estaba hablando, ni conocían obras fundamentales que les citaba. Y lo que es peor: ni les interesaba. Habían colocado su música en unas imágenes y parasitándose a ellas ya se sentían compositores/as de cine. Les dí mis datos de contacto y me presté (incauto de mi) a facilitarles una lista de títulos fundamentales que estudiar. Nunca me la pidieron, y debo decir que han pasado tres o cuatro años de esto y hasta donde sé es el cine el que no les ha pedido nada.
Desgraciadamente esto no es una anécdota aislada, sino que es frecuente en gente que recibe formación en lugares de prestigio, y Berklee es uno de los lugares de referencia a nivel mundial. Y esto puede hacerse extensible a otros centros como la ESMUC en Barcelona o la UCLA en Los Ángeles, etc. Lugares donde se ayuda mucho a mejorar las cualificaciones de los estudiantes y su preparación, eso está fuera de toda duda, pero que no son suficientes. ¿Qué falla para que no pocos alumnos luego sean incapaces de articular un discurso cinematográfico sólido con la música, un guion musical? Que tengan tantas dificultades para hablar de cine, y no solo de música. En la ESMUC, hace solo unas semanas, estuvo con los alumnos nada menos que Alexandre Desplat presto y dispuesto a responder sus preguntas... que fueron de nivel de instituto, muy básicas, ¡no de estudiantes de un master! Algo falla, y es importante corregirlo.
La respuesta, a mi juicio, no se encuentra solo en las carencias que pueda haber en los programas formativos. Algunas son inevitables, por la falta de tiempo, pero otras es inconcebible que no se eviten, como por ejemplo el dar a entender que logrando musicalizar bien una escena se sabe hacer cine. De manera constante me consultan alumnos y ex-alumnos sobre escenas a las que han puesto música para que les dé mi parecer sobre sus cualidades y de cómo enfocar su promoción. Mi respuesta es siempre la misma: ¿dónde está el resto de la película? Poner música a una escena es saber empapelarla, no saber construir una película con la música. La respuesta tampoco se halla solo en la poca solvencia que pueda tener el profesorado, pues como en todas partes habrá mejores y peores docentes, lo que también ocurre en Universidades o Conservatorios y no por ello salen malos ingenieros o malos compositores. Y debo decir que conozco a docentes de música de cine que son excelentes. La respuesta se encuentra más en la predisposición del alumno/a: no son pocos los que quieren convertirse en compositores de cine en 150 horas mejor que en años de sacrificio. La ley del mínimo esfuerzo para lograr el máximo reconocimiento. La deformación de la formación. Si en una escuela de escritores no se estudiara o se incitara a leer a García Márquez, habría alumnos que se buscarían la vida para leerle y aprender de sus novelas... pero habría quienes agradecerían su exclusión del programa del curso (¡menos trabajo que asumir!).
Pasa lo mismo con el cine y con la música de cine. Ninguna formación es suficientemente completa, pero es que tampoco lo es ningún profesor: aprender con John Williams de maestro puede ser la lección más grande que pueda dar un compositor de cine... pero sus enseñanzas pueden no servir para según qué circunstancias, y para sobrevivir se necesitan más recursos e ideas. Tampoco es suficiente lo que podamos transmitir los que nos dedicamos a generar e impartir teoría: mi propio libro (El Guion Musical en el Cine) está ayudando a muchos compositores, pero se necesitan tener más recursos. Siempre es necesario más. Porque cada nuevo proyecto va a ser una hoja que quizás el director te presente mal escrita y debes poder ayudarle a escribirla bien. Afortunadamente, nunca es bastante, ni es suficiente lo que tú mismo consigas con ayuda de otros o por tu propia cuenta. Acude a esos cursos, si puedes, y examina al profesorado antes de inscribirte: su experiencia, trayectoria, profesionalidad, prestigio o conocimiento. Mira con lupa el programa que se oferta y busca aquello que no está en la oferta para cubrirlo por tu cuenta. Consulta, pregunta, asesórate. Lee todo lo que puedas (en MundoBSO, todos los Ágoras publicados siempre suman algo), estudia los más de treinta vídeos con las Lecciones de Música de Cine (¡es gratis!). Mira mucho cine, y cine español especialmente. Analiza lo que hacen los compositores en las películas, el cine que logran con sus músicas... si aplicas esfuerzo, mucho esfuerzo, acabarás amando profundamente tu profesión. Y a diferencia de otros podrás quizás empezar a proponer para no tener que obedecer. Pero importa mucho que evites que la formación que recibas se acabe transformando, por falta de ambición, en deformación.
Todo esto no te garantiza en absoluto poder entrar a trabajar en el cine, y mucho menos saber lidiar con directores (otro día habrá que hablar de la muy deficiente formación sobre el uso de la música en escuelas de cine, algo considerablemente más dañino), pero si estas líneas activan tus ganas de querer aprender más habrán valido la pena. No te estropees ni dejes que te estropeen con falsos elogios y adulaciones.