Esta mañana iba camino de la Universidad escuchando la banda sonora de Chinatown (74), de Jerry Goldsmith, y en un arrebato emocional se me ocurrió lanzar en twitter una proclama: "La grandeza de un genio es lograr lo máximo con lo mínimo, cuando tantos con lo máximo logran lo mínimo".
Inmediatamente después he pensado en su escasa presencia en el filme, no debido tanto a los 10 días que tuvo el compositor para sustituir la rechazada sino simplemente a que la película (y Polanski) no demandaba más cantidad. Dudo mucho que de haber tenido más tiempo se hubiese optado por poner más música, dada la absoluta perfección del resultado, ejemplar más de cuarenta años después. Pero en lo que más he pensado es que, pese a su limitada duración creo que una persona que no haya visto la película sería incapaz de imaginar dónde se ubica más allá del tema de créditos y naturalmente de los temas ambientales (de locales, etc.). Porque es evidente que esos contadísimos momentos donde aparece la música han de ser muy especiales y singulares para construir la película, no simplemente para llamar la atención del espectador. ¿Pero cuáles?. Sin cambiar de compositor, algo parecido puede decirse de lo que se hizo en Patton (70) o en Papillon (73), o por citar un ejemplo de otro autor, en A Passage to India (84), de Maurice Jarre, películas extensas con muy poca música y además, por si fuera poco, sustentadas básicamente en un solo tema con sus variaciones y transformaciones.
A ninguna de estas películas les falta música. Materialmente podrían tener mucha más, porque los espacios de un filme siempre pueden ser ocupados por música, pero parece claro que esa música de más no operaría en estos supuestos como suma sino como resta puesto que por pura interferencia menguaría la eficiencia de la puesta para explicar y hacer filme: en Chinatown, en Patton, en Papillon y en A Passage to India, filmes todos ellos que hay que ver para comprender lo muchísimo que suma e importa la música.
Pero no es una cuestión de cantidad, como es obvio. Hay películas que necesitan muy poca música, o ni siquiera la necesitan y otras, en cambio, sólo pueden entenderse si son acompañadas por mucha. Lo que importa es lo que hagan en beneficio del resto de la película, y a veces hay excesos musicales -maldito horror vacui- que parecen haber sido puestos para boicotear la película. Especialmente cuando la más perjudicada por esos excesos es la propia música, que insisto por enésima vez también es película.
Hoy se estrena X-Men: Apocalypse y creo que es uno de estos casos, porque ¿de qué sirve elaborar una creación que pretenda un choque brutal entre dos tipos de músicas si esa guerra sin cuartel queda difuminada en el campo de batalla por la sobreabundancia de músicas innecesarias? Y todas estas, por cierto, muy ubicables en el filme, incluso sin haberlo visto... por lo despersonalizadas, convencionales, rutinarias y prototípicas que son. No son desde luego Chinatown.
En la película de Bryan Singer, ambos frentes cuentan con un ejército de temas de primer nivel que son liderados por uno que deriva en el clásico duelo contratema vs. tema principal que tantas alegrías y beneficios ha dado al Séptimo Arte. Y además, a priori, en un plano de igualdad. Con este duelo, el 80% de las otras músicas que hay en el filme es completamente innecesario, no aporta nada y, lo que es peor, es tan simple, básico y funcional que acaba por empobrecer la alta categoría de las importantes, aparte de contribuir a una confusiva saturación.
Este es un problema y una pesadilla para no pocos compositores. Ya Max Steiner se quejaba que era obligado a componer mucha más musica de la necesaria. Y con seguridad la inmensa mayoría de los compositores actuales estarían de acuerdo que muchas veces menos es más, que los excesos dañan y que hay que tener un cálculo estratégico de dónde poner y no poner música. Solo un compositor intruso, que se parasite al filme para beneficiarse en lugar de beneficiarlo puede estar encantado de llenarlo de música para poder lucirse, incluso a costa de la película.
La solución no pasa por hacer X-Men: Apocalypse con el modelo Chinatown, como es obvio, pero sí por superar de una vez la aparente necesidad de llenar de música espacios y escenas que no la necesitan de verdad, que pueden explicarse perfectamente por sus propias acciones y con efectos sonoros o en todo caso con músicas menos trascendentes, más disimuladas, de puro tránsito, no tratando cada una de las escenas donde se aplican como si fueran tan o más importantes como las que lo son de verdad. Hay muchísima música en la larga saga de The Lord of the Rings pero el espectador no pierde detalle alguno de sus explicaciones, porque la música importante está muy por encima de la menos relevante, y se hace notar. Sin embargo, hay que quitar mucha grasa en la música de X-Men: Apocalypse para poder apreciar lo que para la inmensa mayoría de los espectadores va a pasar completamente desapercibido. Si se dejase participar a los espectadores de ese duelo monumental entre músicas, a buen seguro el resultado sería inolvidable. Pero eso supondría sacrificar escenas y a fin de cuentas la sobrecarga musical no va a perjudicar a una taquilla espléndida, por lo que no interesa hacer arte de la música. Una desgracia para el compositor y para el cine. Pero no estamos en los tiempos de Chinatown.