Esta semana se estrena con una enorme expectación la nueva entrega de la saga cinematográfica de Star Wars y mientras escribo estas líneas estoy escuchando la aportación de John Williams, que es imponente. No la comentaré, de todos modos, hasta que haya visto la película, aunque el viernes le abriré ficha en MundoBSO para que los que lo deseéis podáis ir dejando vuestras impresiones.
Tanto Williams como la otra leyenda viva de la música de cine, Ennio Morricone, están ya en una avanzada y muy venerable edad, que nos pone ante la realidad inevitable de ser conscientes que -deseos de longevidad y buena salud aparte- estamos siendo testigos del final de una etapa incomparable que comenzó para beneficio del Séptimo Arte hace ya cinco décadas y que ha dado extraordinarios frutos en la forma de bandas sonoras que no han sido músicas en películas sino cine hecho para el cine. Porque ambos autores son auténticos cineastas y sus músicas, vehículos narrativos en muchos casos imprescindibles para explicar las películas. Y a pesar de todo lo conseguido no son pocos los que los ven solo como músicos.
No quiero que el título de esta editorial -El cine sin John Williams- pareza una necrológica avanzada, en absoluto. No pretendo ser hagiográfico ni laudatorio ni nada parecido antes de tiempo. No va por ahí.
Lo que vengo a querer decir es que escuchando esta banda sonora... temo que sea un tipo de música que, una vez Williams no esté, la industria hollywoodiense no quiera escuchar en las películas que ellos financian, como de hecho ya está pasando. Por resultar demasiado complicada, demasiado elaborada, incluso demasiado antigua.
Ahora, por supuesto, Williams es intocable. En primer lugar porque él es, en buena medida, Star Wars. O Star Wars es, en buena medida, John Williams. Lo es para la gente de mi generación, los que vimos el estreno en los setenta siendo niños... y lo es para todas las generaciones que durante estos cuarenta años han hecho suya la música del compositor. Una identificación y empatía que no ha sucedido con ninguna otra banda sonora, porque ninguna otra ha sido tan transversal, tan universal y tan atemporal. No por ello es la mejor, en absoluto (ni siquiera en el repertorio del compositor), pero el público no aceptaría otra música que la de John Williams y dado que el autor no hace cesiones a la simplificación ni a lo comercial, pues ningún joven ejecutivo hollywoodiense con ganas de opinar sobre la música se atrevería a cuestionarle ni una nota musical. Pero, ¿y después de Williams?.
Me comentaba un buen amigo, compositor en Hollywood, que a John Williams -fuera de los ámbitos musicales- se le ve con respeto y admiración, pero prácticamente como un dinosaurio a punto de extinguirse, como a un ancianito de otra época que cuando hace, por ejemplo, War Horse pues se le nomina al Oscar y se le aplaude, pero como a un entrañable old fashioned... muy artístico, poco comercial.
Y me temo que es así, aunque quizá no de modo extendido, porque es lo que está sucediendo con por ejemplo Jerry Goldsmith, cuyo recuerdo -me cuenta mi amigo- empieza a borrarse en los ámbitos hollywoodienses (fuera de los musicales, por supuesto). Y me temo que si preguntáramos a la nueva generación de aficionados a la música de cine (de 25 años para abajo), no serían pocos los que considerarían a Goldsmith old fashioned (y porque no nos atrevemos a preguntar por Alex North o Michel Legrand, por citar dos ejemplos)
Son tiempos estos donde la velocidad es mucha y la memoria poca, y es obvio que la música de Williams ya tiene en vida el don de la inmortalidad, como lo tienen tantos otros compositores legendarios, ¡si es que puede considerarse un don aquello que tiene mucha otra gente!, como afortunadamente es el caso. Pero los tiempos avanzan y cambian. No necesariamente debe ser a peor, aunque puede suceder que sea a peor, porque el lenguaje musical y cinematográfico de Williams, como el de Morricone, es único... pero también es imitable, lo que no significa en absoluto igualable. Ya veremos, pero me temo que el vacío que dejará será harto difícil de rellenar al menos con igual categoría y personalidad. Es un horizonte, el de el cine sin John Williams, que algunos sencillamente no queremos ni imaginar.