Lo mejor que le podría pasar a la música de cine, para salvaguardar lo que realmente es, sería que se proscribiesen las ediciones discográficas y los conciertos de bandas sonoras. Proscribirlos, prohibirlos, vetarlos, impedirlos pues, como adelanté en el editorial de la pasada semana, creo que las ediciones discográficas y los conciertos de bandas sonoras han hecho daño a la música de cine, mucho daño.
Dedico el editorial de esta semana a las ediciones discográficas de bandas sonoras, y en el próximo -salvo algún imprevisto- hablaré de los perjuicios causados por los conciertos.
Cuando la música de cine es arrancada del lugar al que pertenece -la película- y puesta en un CD, deja de ser cine y queda solo como música. El recuerdo y la evocación que pueda generar de la película no la convierte en cine pues sigue siendo música que en todo caso se interpreta o se recibe a voluntad personal y subjetiva, en tanto que en el cine al espectador no se le concede esa voluntad. En un CD el oyente elige lo que quiere o no quiere escuchar, mientras que en la película el espectador lo recibe todo sin que tenga margen de elección. En un CD el oyente tiene control sobre la música; en el cine, es la música la que tiene control sobre el espectador.
Toda la arquitectura e imbricación narrativa de una música en la película se pierde o en el mejor de los casos se diluye en lo que suelen ser piezas reordenadas -incluso arregladas- para la mejor escucha de un CD. Algo que obviamente es aceptable tratándose solo de música pero que poco tiene que ver con aquello para lo que fue creada. La buena música de cine, en el cine, es cine; la buena música de cine, en un CD, es música: para comprobarlo, basta con devolver esa melodía escuchada en un CD a su lugar de origen y evidenciar cómo el rostro del personaje, por ejemplo, es infinitamente más expresivo. Esa expresividad facial es inexistente en la misma música puesta en el CD, ni siquiera en el recuerdo y por supuesto si el oyente no ha visto el filme.
El gran daño que ha hecho la edición discográfica a la música de cine ha sido el que por su culpa una inmensa mayoría de gente está convencida que la música de cine es un CD, que un CD es una buena o mala banda sonora, y que en un CD la banda sonora puede ser entendida (plenamente) y valorada (plenamente). En el mejor de los casos, si se les hace ver de buenas o malas maneras que el sentido de la música está en su película, algunos acceden a entenderla y valorarla buscando la música de ese CD en la película y comentando a lo más lo bien que la adorna, la acompaña, se encaja, y demás banalidades. Como resultado, el cineasta que es el compositor de cine se convierte en empapelador o gondolero de la película. Pero hay una consecuencia incluso más grave: si una música cinematográfica no es transportada a un CD, para la inmensa mayoría sencillamente no existe.
La mejor música de cine no es la más buena, sino la más útil. ¡De nada nos sirve una estupenda música si allá donde debe aclarar confunde!. En un CD la utilidad no existe porque no existe película. Y si no se observa la utilidad... ¿de qué demonios se habla cuando se habla de lo que hay en un CD?: la respuesta es obviamente de música y solo de música, aunque demasiados crean que están hablando de cine.
La música de cine no necesita del CD para entenderse y darse a entender. Podríamos destruir todo el catálogo de bandas sonoras que transportamos en MundoBSO y la música de cine seguiría dando motivos sobrados de discurso, de reflexión, de debate, de opinión, porque seguiría existiendo, viva, intensa, explicativa... en sus películas. Borremos -si pudiera hacerse- toda la música de las películas y aquello que quede en disco será... la nada. Cinematográficamente hablando, claro está.
La fuente para entender y explicar una música de cine es la película. Es mucho más complejo y laberíntico, pues hay que verla y no solo escucharla, y saberla seguir y desencriptar y estructurar en un caos de diálogos, sonidos, elipsis, silencios, etc... todos esos elementos que contribuyen a hacer pelicula y que no existen en un CD. Pero hacerlo supone llegar a entenderla en su plenitud. Es más fácil comentar emociones de un CD, donde se pierden y se obvian los elementos cinematográficos. Es más fácil pero menos interesante, salvo que se limite a un análisis estrictamente musicológico, muy respetable (y necesario) pero insuficiente.
¿Acaso no es infinitamente más apasionante explicar lo mucho que aporta la música en la película a la que pertenece que lo bonitos que son los temas musicales en un CD?: ninguno de los capítulos de la serie Lecciones de Música de Cine puede hacerse desde un CD y de hecho no necesitan el CD para hacerse. Porque en ellos se habla de cine, no solo de música.
Los factores comerciales (a más ventas mejor banda sonora) los cito de pasada para no obviarlos, pero creo que la absurdez del razonamiento es tan entendible para los lectores de MundoBSO que no es necesario mayor comentario. Sí creo importante mentar las consecuencias que para la creación e incluso la libertad del compositor tiene el factor comercial, derivado de ventas de un CD, y que es otro de los daños que la edición discográfica ha causado a la música de cine. Probablemente, incluso, el mayor de todos, puesto que no es poca la gente y dolorosamente no son pocos los medios de comunicación que vinculan ventas a calidad y categoría e importancia, lo que en no pocas ocasiones (por la dudosa calidad) genera bastante vergüenza ajena y apuro ver determinadas obras abanderar la música de cine. En este contexto es harto complicado hacer ver las bondades de un Freud de Goldsmith, por ejemplo.
Pero si no existieran los CD de bandas sonoras muchos compositores serían invisibles y muchas de sus obras serían absolutamente desconocidas. Del propio Morricone, sin ir más lejos: buena parte de su filmografía incluye títulos que nadie o poquísima gente ha visto, pero es gracias a la edición de sus bandas sonoras que sus músicas se han universalizado, como en el caso de la reciente y arrolladora En mai, fais ce qu'il te plaît, película que probablemente fuera de Francia nadie vaya a ver. Los editores de bandas sonoras son, es de justicia reconocerlo, benefactores de la música de cine. Porque, además, es gracias a ellos que millones de personas se han aficionado a la música de cine.
Entonces, ¿por qué esta contradicción flagrante entre afirmar que lo mejor que le podría pasar a la música de cine es que se proscribiesen las ediciones discográficas de bandas sonoras y ahora sostener que los editores de bandas sonoras son, es de justicia reconocerlo, benefactores de la música de cine?. Porque ambos extremos se sustentan en verdades y se deben encontrar lugares comunes, que hagan compatibles la difusión de la música de cine en ediciones discográficas y su disfrute alternativo (¡cómo no disfrutar de una buena música en un CD!) con el respeto y la consideración por la música de cine como ciencia cinematográfica que es, y que como tal no está en un CD sino en la película. No soy favorable a prohibir nada (el lector entenderá que es pura retórica) pero ciertamente los CD también ponen piedras en el camino.