Anoche, en la ceremonia de entrega de los premios Globos de Oro, Ennio Morricone fue galardonado con el premio a la mejor música por su trabajo en el filme de Quentin Tarantino The Hateful Eight, que esta semana se estrena en España. Es el tercer Globo de Oro que gana (los anteriores fueron por The Mission y La leggenda del pianista sull'oceano) y parece encaminado hacia las puertas del Oscar, aunque no hay garantías: La leggenda no fue finalmente nominada.
Independientemente de eso, Morricone es, como lo es Williams, un compositor que está muy por encima de los premios que le puedan dar. Allá donde a otros ganar un Oscar relanza su carrera o da pedigrí a su nombre, en el caso de estas dos leyendas vivas es el premio el que en todo caso se relanza o gana pedigrí cuando va a parar a sus manos. No exagero ni estoy siendo hagiográfico: la editorial que publiqué el pasado 16 de diciembre (El cine sin John Williams) es perfectamente aplicable a Morricone.
Morricone es un genio, es un cineasta de primerísima categoría y en mi opinión es el mejor compositor de cine que ha tenido el Séptimo Arte, el que más y con mayor variedad ha contribuido a modular y moldear la narrativa cinematográfica desde la música. Pero eso es debatible y será un buen tema –o cadena de temas- para llevar al Ágora, en todo caso. Lo cierto es que hay muchos Morricone en Morricone y la mayor parte de ellos son desconocidos no solo por el gran público sino también por los cinéfilos y, quizás en menor grado, por los aficionados a la música de cine. Algo que tiene cierta lógica por la inabarcable cantidad de bandas sonoras que ha hecho (basta con consultar su camarote en MundoBSO), pero que en otras circunstancias no tiene demasiada lógica y sí mucho de postureo o de inercia.
Por ejemplo, con la propia The Hateful Eight. La suya es una banda sonora que está resultando muy mediática y en ello tiene mucho que ver que se trate de un filme de Tarantino, pues la aportación que hace el compositor, siendo relevante y contando con un notable tema principal apocalíptico, es secundaria con respecto al global del estupendo filme. Pero es Morricone y es motivo más que justificado de celebración, de artículos en medios de comunicación, y de loas y elogios. Todos ellos, insisto, sobradamente merecidos.
Pero es que este mismo año Morricone ha hecho otra banda sonora para un filme francés, de un director desconocido, que de momento nadie fuera de Francia ha visto: En mai, fais ce qu'il te plaît, que tiene de relevante dos cosas: que es el regreso del compositor romano al cine francés tras tres décadas, y que es una maravilla musical y también cinematográfica, considerablemente superior a la del filme de Tarantino. He podido verla y es otra de las muchas lecciones de cine que ha dado el Maestro... ¡pero nadie habla de ella! Como tampoco se habló de la exquisita La migliore offerta (2013) o de otras bandas sonoras de clase A que Morricone ha firmado en estos últimos años. Son, digámoslo claro, obras de arte ninguneadas por buena parte de quienes ahora hablan y escriben sobre Morricone a propósito de The Hateful Eight, cuando lo justo y lo decente sería que un nuevo Morricone en el cine tuviera un trato mediático similar al de un nuevo Scoresese, un nuevo Woody Allen o un nuevo Tarantino. Y si no similar, cuando menos alguna mención, una breve o escueta nota. Porque Morricone no es un compositor de cine cualquiera, es uno de los grandes cineastas que tiene el cine, y una nueva obra suya es razón de celebración. Morricone, como Williams, vale mucho más que cualquier Globo de Oro o que cualquier Oscar que le puedan dar. Y si finalmente se lo dan será por una obra menor que para la mucha gente que ahora se acuerda de él pasa por ser una obra mayor. Morricone no es una moda, lleva décadas trabajando sin descanso.